Por cada uno que maten, cientos de otros nos pondremos de pie. El amor será para siempre nuestro chaleco antibalas. Nos encontrarán en cada rincón de la ciudad, existiendo a los besos. Resistiendo a los besos.
Nos daremos las manos, que ya no tiemblan. Ninguna mano tiembla cuando empuña los dedos de otra mano, que acaricia el pelo alborotado y dibuja, con las yemas, el contorno del rostro que sonríe cuando nos ve dormir. Ninguna mano tiembla cuando sube el cierre de ese vestido que viste el alma, no los genitales, y que por más ceñido que sea, tiene unas alas enormes que jamás verán porque tienen los párpados llenos de pólvora y miedo.
Cómo les parecerá de peligrosa la libertad, que hasta las armas han tomado para salvarnos de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario