En una maceta de tu patio crece una plantita de dormideira. Allá, donde yo vivía, había muchas. Cada vez que pasaba, las acariciaba y las dormideiras salvajes se cerraban al instante.
Pero tus dormideiras no se cierran, porque has conversado con ellas demasiado tiempo y ya reconocen tu voz.
Y es que hasta las plantas quieren oír tus carcajadas.
Y un día vas a salir al patio y te vas a arrimar a la maceta y vas a decir buenos días y cuando acaricies, me acariciarás el lomo.
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