No sé si vos sabés la historia de Sebastián.
A los putos hay que matarlos a todos, escupió una vez contra el cielo, en un ataque de odio contra sí mismo y contra el mundo. En Monserrat todos sabíamos lo de Sebastián.
Todos menos él, decían las locas malas.
Pobre Sebastián, que nunca supo ser libre y que nunca se enteró del poder secreto de las invocaciones.
A los putos hay que matarlos a todos, le dijo el Rubio, cuando lo escuchó llorar. A todos, repitió el malandra, riéndose de las lágrimas que le resbalaban por el rostro de quijada temblorosa. Lo agarró de los pelos y no le tembló el pulso; cuando le puso el tiro, se cagó de risa.
A los putos hay que matarlos a todos, escupió una vez contra el cielo, en un ataque de odio contra sí mismo y contra el mundo. En Monserrat todos sabíamos lo de Sebastián.
Todos menos él, decían las locas malas.
Pobre Sebastián, que nunca supo ser libre y que nunca se enteró del poder secreto de las invocaciones.
A los putos hay que matarlos a todos, le dijo el Rubio, cuando lo escuchó llorar. A todos, repitió el malandra, riéndose de las lágrimas que le resbalaban por el rostro de quijada temblorosa. Lo agarró de los pelos y no le tembló el pulso; cuando le puso el tiro, se cagó de risa.
Sebastián se murió ese día, un seis de marzo, me parece.
Se murió de sí mismo.
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