Árbol Gordo Editores

lunes, 8 de agosto de 2016

Todos los nadie

Nos deben las balas en los corazones enamorados.
Nos deben las señoritas que dejan de patear pelotas
y los caballeros que dejan de vestir muñecas.
Nos deben las travas muertas,
poco antes de los cuarenta,
que se duermen para siempre
agotadas de esa ruta
que es plato de guiso,
pero también tan peligrosa
que ni los principes azules más valientes se atreven a transitar.
Nos deben las tortas cagadas a piñas
por negarle culto
al certificado de macho que se esconde bajo el bulto.
Nos deben las mariquitas que dejaron de bailar.
Nos deben las marimachos casadas a la fuerza.
Cazadas a la fuerza.
Castradas a la fuerza.
Nos deben los trolos que besan a sus hijas
pero sueñan con las pijas
que les supieron negar.
Nos deben los putos de pueblo
y sus bocas llenas de sangre
y sus estómagos llenos de puños
y esos campos que son tan anchos
que nadie los oye llorar.
Nos deben toda la tela
de esos vestidos de quince
que vistieron tantas Emilces
que querían llamarse Gaspar.
Nos deben las cartas de amor que nunca fueron entregadas
y duermen para siempre en los cajones con olor a crema
de las tías solteronas.
Nos deben todos los nadie
que sacamos de los armarios
para meter en cajones,
en funerarias vacías,
porque no se atrevieron a amar.
Nos deben los gurisitos que nadie pudo criar.
Nos deben las maricas que se tiran de los puentes
algún febrero caliente
por culpa de un tal don Simón
que inflado de odio y vino
las amenaza con motivo:
yo no tengo ningún hijo maricón.