Árbol Gordo Editores

jueves, 31 de diciembre de 2015

La muerte de la Reina



Ahí está. Escuchá cómo suena el hielo cuando el vodka le cae encima. Me llevo el vaso a la boca y ¡ay! arde. Arde como una llaga en la garganta, porque el vodka es baratísimo. Arde cuando llega al estómago y arde cuando me saco el vaso de la boca y se me humedecen los labios. Me limpio la boca con la manga del buzo porque no me importa si se ensucia. A nadie le importa si el buzo se ensucia.


Puse los dedos sobre la Olivetti vieja y fue como si las teclas no pesaran nada. Con ritmo militar, la máquina iba marcando las letras sobre el papel. El 17 de noviembre es el día que elegí para la muerte de Sara Soler, tipeé.


Necesito otro vaso. Doble. Azoté la puerta del freezer, que hizo un ruido sordo, como una silla que cae sobre una alfombra. Solté los cubos de hielo dentro del vaso y ¡ay! cómo me entusiasma ese sonido. Son como campanitas, como las notas más agudas de un xilofón.  Inclino la botella despacito. Apoyo el pico sobre el borde del vaso, noto que me tiembla un poco la mano. El vodka toma impulso desde el fondo, como una ola encerrada en un útero de vidrio. Y ahí viene, como el mar que llega a la playa descontrolado, vertiéndose dentro del vaso y ¡cling! las campanitas y ¡ay! cómo arde. Cuando trago, mi pecho se pone eléctrico y los músculos de la garganta se relajan. No podría gritar aunque quisiera. Mi cuerpo es blando pero espeso, como un puré de papas mal batido. Suelto el vaso vacío a escasos centímetros de la mesa de pino y el sonido es como un balazo.


Ese día me senté a esperarla en la plaza, tipeé. La vi salir con el pañuelo rojo alrededor del cuello y unas gafas de sol parecidas a esas que usa Audrey Hepburn es Breakfast At Tiffany’s. Hasta tenía el cabello recogido. Me puse de pie y la seguí. Dobló en Suipacha en dirección a Santa Fe y me asusté cuando pensé que estaba a punto de subirse a un taxi. El semáforo la habilitó a cruzar y también crucé yo, invisible en un mar de oficinistas. Sara Soler lucía hermosa como siempre. Yo no quería matarla.


Agarro el vaso y maldigo al notar que está vacío. Me pongo de pie rezongando, con el cuerpo adormecido (excepto los dedos) y saco el vodka de la heladera. Miro la etiqueta. Creo que ni siquiera el nombre es ruso. El Chino lo vende a veinte pesos, yo debo ser el único que lo lleva. Saco hielo suficiente y me llevo todo a la mesa. ¡Pum! hace la botella cuando la apoyo. ¡Clank! Hace la cubetera. A través del envase transparente veo la imagen enmarcada de una pasionaria en flor. ¡Cling! hace el hielo que cae dentro del vaso y cómo me gusta ese sonido, que es como el sonido que hacen esos adornos de caracoles mecidos por el viento que cruza las galerías de las casas al costado de la playa. El vodka se acomoda en el vaso, reptando entre los cubos, como una serpiente o más bien como una sombra gris y borrosa. ¡Ay! mi garganta y ¡ay! mi estómago, y la gota de vodka que se resbala desde la comisura izquierda de mi boca y rueda hasta este buzo sucio. Siento que los muslos se hacen blandos y se desparraman sobre la silla. ¡Crac! hace la espalda y ¡crac! hace el cuello. Sonrío, no sé por qué. Sonrío para nadie y con el ceño fruncido. Qué sonrisa siniestra.


La vi encender la luz del departamentito del primer piso minutos después de que entrara al edificio, tipeé. Agarró el teléfono. Ocho y veinte. Si había algo que amaba de Sara Soler era su puntualidad hasta para la costumbre. Seguramente ordenaría comida chatarra y se pasaría un par de horas frente al televisor, olvidándose de todo. Olvidándose también de mí, probablemente. Sara Soler, temo que te olvides de mí, por eso tengo que matarte.


La marca del vaso sobre la madera y sobre otras tantas marcas secas me robó la concentración. Decenas de hologramas de testigos de vidrio por toda la mesa. Me sentí avergonzado. Y ¡ay! el carbón líquido rodando por mi garganta, ensombreciendo mi voz que ya es ronca y débil. Pero cuando el cuerpo se adormece, la voz ya no importa tanto mientras los dedos se sigan moviendo. Un, dos, un, dos, la Olivetti le daba latigazos de hierro al papel. Y suenan el vodka y las campanitas de hielo. Luego el rostro se pone caliente, hierve, y los ojos se van cerrando y la boca empieza a salivar.


Tengo su pedido, tipeé. Vi a Sara Soler salir del edificio, desconcertada porque la comida solía llegar entre las nueve y las nueve y media. La agarré tan fuerte como pude y le cubrí la boca para que no gritara. Callate la boca, le dije. Me la llevé al ascensor que era como una jaula de pájaros gigante y ahí estaba ese pobre pichoncito, mirándome con un horror que nada tenía que ver con esos otros ojos que se ponían brillantes cuando, acostada junto a mí, un rato antes del amanecer, me pedía que le leyera otro poema. Son hermosos los ojos de Sara Soler cuando le leen poemas. Ahí viene la Reina, le murmuré al oído. Con sus manos tibias como el sol en sus trenzas. Ahí viene la Reina, con sus dientes blancos que muerden duraznos que sangran sobre sus labios. Miren a la Reina, recité. Miren cómo sonríe y enciende la casa, oigan cómo murmura una canción de sirena. Miren cómo el Rey mira a la Reina, que ahora se puso en el cuello el pañuelo rojo de seda. ¡Oh, maravillosa Reina! Escogiste la horca perfecta.


Un retorcijón en el estómago me acobardó. Serví más vodka dentro del vaso sin hielo y continué escribiendo. 


La jaula llegó al primer piso y la Reina y yo entramos al departamentito, que estaba apenas iluminado por ese velador junto a la ventana por donde la miré cenar tantas noches.


Quise agarrar la botella de vodka y la tiré sobre la mesa y ahí nomás maldije a mi madre. Un poco de vodka cayó sobre mis cuadernos y otro poco puso grises las hojas de una edición de bolsillo de Alicia En El País De Las Maravillas. Agarré el vaso con tanta fuerza que hasta pensé en el cuello frágil de Sara Soler envuelto en el pañuelo de seda rojo y los ojos se me llenaron de lágrimas. Y ¡cling! el hielo y ¡ay! mi estómago. Media botella de vodka y aún no lo suficientemente en paz, pensé. Escuché los fuegos artificiales y me arrimé a la ventana. Cuando consulté el reloj descubrí que eran las doce en punto.


La metí en el dormitorio sin sacarle la mano de la boca y la tiré sobre la cama. Aún aterrorizada, Sara Soler lucía preciosa. Ojalá pudiera explicarle cuánto miedo siento. Porque yo no quiero que Sara se muera, pero tampoco quiero que se olvide de mí. No sé cómo llegamos hasta aquí si hasta hace unos meses tomábamos vino bajo las estrellas en una terraza llena de plantas que traje del litoral.


¡Ay! mi garganta.


Enredé el pañuelo entre mis dedos, robándome el espacio que sobraba entre él y el cuello blanco y delgado de Sara Soler. Aprieto fuerte y cierro los ojos. Soy un león y Sara es un antílope. Siento su cuerpo temblando debajo del mío, retorciéndose como un insecto alcanzado por el certero golpe de un zapato. Sara Soler era un insecto. Aferro las piernas a los flancos de la cama y uso mi mano libre para sujetar el brazo que no conseguí atrapar debajo de mi propio cuerpo. Abro los ojos y me encuentro con los suyos. No eran ojos de insecto ni ojos de antílope, eran los ojos pardos de Sara Soler.


¡Mierda! La A de la Olivetti volvió a fallar y el latigazo de hierro quedó a medio camino entre la máquina y la hoja. El vaso estaba vacío y todo aquello me pareció excusa suficiente para darle un puñetazo a la mesa. Sirvo más y ¡ay! y vuelvo a servir y ¡cling! y ¡pum!, la botella contra la mesa, y ¡ay! Me limpió la boca con el buzo y lo huelo y me doy asco.


Ahí estaban sus ojos y ahí estábamos yo y mi mano envuelta en el pañuelo rojo de seda. Pobre Sara Soler. Por favor, murmuro, no te olvides de mí. Aprieto el pañuelo con fuerza y vuelvo a cerrar los ojos y soy león y ella es antílope e insecto y escucho el ¡crac! y su cuerpo deja de moverse.


¡Ay! mi garganta. Ya casi no hay vodka. Se me retuerce el estómago y más se me retuerce el alma, porque Sara ya no se mueve y yo tampoco quiero moverme. Repentinamente mi cuerpo se hizo de piedra y lo que quedaba de vodka no llegó al vaso antes de bajar por mi garganta. Suelto la botella. Ese nombre ni siquiera es ruso, pienso. Otros veinte pesos me ha costado matar a Sara Soler.



La dejé sobre la cama y salí corriendo del departamento, llevándome la llave. En la calle, el viento me pegó en la cara y me tranquilizó. Antes de cruzar saco la billetera del bolsillo y cuento el dinero que me queda. Veinte pesos, susurro aliviado, sabiendo que mañana tendré que volver a matar a Sara Soler.

martes, 15 de diciembre de 2015

El rosario

Nada lo había sacudido tanto como el día que su abuela le regaló el rosario. Se lo colocó con solemnidad justo después de su comunión y le aseguró que ahora Dios siempre iba a poder ver todo lo que él hacía. Todo.
Mateo bajó la vista y vio a Jesús crucificado. La figurilla era diminuta, pero consiguió distinguir su rostro de sufrimiento. ¿Así lucen todos los hombres a los que Dios observa? pensó, pero no se animó a preguntar.
Ese día trató de portarse lo mejor posible, más por miedo que por convicción. La idea de tener al ser más poderoso de todo el universo, más poderoso que cualquiera de los Thundercats (hasta Cheetara) mirándolo todo el tiempo lo asfixiaba.
Tenía mucho en qué pensar, pero no se animaba a pensar porque todavía no le habían dicho si Dios podía o no leer los pensamientos.
Hizo pis con vergüenza tres veces hasta la hora de la cena.
Rezó antes de comer y le pidió a Dios que si podía leer sus pensamientos que le diera una señal. Aunque sea una chiquita, porque tenía mucho en que pensar, y era trampa que no saber si él podía o no leerle la mente.
No hubo señales.
Mateo se metió a la cama por esa costumbre horizontal de acostarse a dormir pero no se durmió ni un ratito, como la noche que se quedó esperando a los reyes.
Pensó mucho y lloró porque se acordó de muchas cosas que en realidad eran lindas pero no podía hacer más porque Dios lo estaba mirando.
El sol lo encontró vestido para ir a la escuela. Se preparó la chocolatada y se hizo dos panes con manteca. La mañana estaba fresquita. Pedaleaba a toda velocidad y entrecerraba los ojos porque le gustaba imaginarse que estaba yendo a la escuela montado en el lomo de Falkor.
¡Hola Mateo!, le gritó Nicolás cuando lo vio llegar y vino corriendo rápido para mostrarle los dibujos que hizo para la historieta que habían inventado sobre un niño con superpoderes llamado Matt Thompson que combatía contra los fantasmas de casas embrujadas.
-Para, le dijo Mateo, y se agarró fuerte el rosario. No nos podemos juntar más nosotros.
-¿Por qué? ¿Qué te pasa?
-Porque tengo esto que me dio mi abuela y ahora Dios me puede ver siempre.
Nicolás examinó el rosario, misterioso artefacto que había lavado el cerebro de Mateo. A los mejor estaba embrujado. Estaba triste porque lo iba a extrañar y porque Matt Thompson ya no iba a ser tan poderoso.
-¿Te lo podés sacar un ratito?, le pidió.
-No sé, dijo Mateo. Me parece que no.
-Dale, insistió Nicolás. Así nos podemos despedir.
Mateo dudó un rato antes de quitárselo. ¿Qué pasaría si su abuela se enteraba?
Nicolás se abalanzó sobre él y lo abrazó muy fuerte y le dio un beso en el cachete.
-Te voy a extrañar mucho, le dijo, y salió corriendo.
Sonó la campana. La historieta quedó tirada en el patio húmedo de la escuela, justo en la parte en que Matt Thompson conoce a su nuevo superamigo, Nick Masters, que venía a ayudarlo a luchar contra un monstruo demasiado grande para él solo.
Microalmas (extracto)

martes, 1 de diciembre de 2015

Fuego

Fuimos con los chicos a pasar unos días en la casa de fin de semana de Valentino. Llegamos a Escobar en el 194 y nos bajamos en el centro. Ahí estaba él, que me vio pasar fumando y se apuró a detenerme.
-¿Me convidás fuego?-, me preguntó.
Mientras lo miraba sacarse el cigarrillo armado de la oreja me acordé que tenía un encendedor de más en la mochila. Lo saqué y se lo dí, sonriendo.
-Te lo regalo.
Noté que aquel gesto sencillo lo conmovió.
-Gracias... gracias, muchas gracias. Sos muy amable-, dijo, y la voz le temblaba. Le respondí que de nada y murmuré un chau, pero antes de poder voltearme volví a escucharlo.
-Esperá... ¿por la dudas sabés cómo llegar hasta la Ruta 26 desde acá?
Tenía los rulos despeinados y quizá alguna angustia encarcelada en la garganta. Me miró como te mira un nene que se perdió en la playa cuando ya se está haciendo de noche y hay mosquitos. Tenía los ojos pardos y húmedos, ojos que yo sabía que estaban pidiendo un abrazo aunque la boca no dijera nada. Temo que quien se conmueve con un pequeño gesto de amabilidad haya soportado demasiado odio, demasiadas cosas tristes. La mochila armada a las apuradas que le colgaba de la espalda habrá sido testigo del momento en que se hartó y salió a buscar la Ruta.
-No tengo idea para dónde es-, le dije.- Pero ojalá que la llama del encendedor te ayude a encontrar el camino.
El se quedó en silencio y yo me fui rápido. Perdoname, yo sé que necesitabas un abrazo, yo me di cuenta, pero no me animé. No abrazamos a desconocidos, nos educaron para eso. No importa cuánto les brillen los ojos o cuánto les tiemble la voz. Ojalá que hayas encontrado el camino a la Ruta 26. Ojalá que te hayas encontrado con alguien menos cobarde que te haya dado ese abrazo que me pediste sin decir nada.

lunes, 23 de noviembre de 2015

El corazón del incauto (Reseña)

Atravesando el portón que conduce a la sala del Teatro del Abasto el viaje a la pampa bonaerense de antaño comienza. La quietud del campo que nada sabe de asfixiante cemento es el escenario escogido por Patricia Suárez y Sandra Franzen para este cautivador melodrama en el que tres modestos personajes convergerán para construir lo magnífico.
Honorio (Nicolás Mateo) y María (María Viau) han intentado tener hijos por mucho tiempo y las esperanzas parecen ser cada vez más frágiles. Una niña, dice Honorio, parecida a usted, María. Y ella solloza y reza, y acaso teme más a la condena social a la infertilidad que a los oídos sordos de la virgen que cada día la ve arrodillarse frente al altarcito.
Entonces el eclipse, ese momento mágico en que Honorio deja de ser Honorio y se deja acariciar el cuerpo por el fino género del vestido que gusta llevar dentro de la casa. Honorio es Honorio, pero también es Ángeles. María lo sabe y hasta lo festeja, como quien festeja un chiste que no entiende sólo para que el otro no pase un mal rato. A través del cristal de la cuarta pared atestiguamos la felicidad del esposo cuando ya no es esposo y acaricia la tela y ríe, consciente de sí mismo y satisfecho por ello.
El ladrido del perro anuncia visita inesperada. El peón Justo (Martín Urbaneja) entra en escena con ese pecho ancho y esa hombría morena de quien trabaja bajo el sol del campo. El flechazo entre el peón y su patrón crossdresser es inmediato y aunque Justo ignora la verdadera identidad de Ángeles, algo en sus ojos lo cautiva con una fuerza capaz de romper cualquier género de vestido o de ser humano. Y es correspondido.
Pero el amor correspondido no siempre se corresponde con las normas que condicionan la mirada del otro, ese otro que sabe mucho de prejuicios pero que de amor no aprendió nada. Honorio, con la vida sacudida, se encuentra a sí mismo perturbado por la sola idea de amar a Justo pero ser incapaz de confesarle su identidad.
Sin embargo, los días lo van venciendo y tal vez es ese dejarse vencer lo que le permite convertir esa perturbación en una cosa mucho más tibia que, a lo mejor, es amor verdadero. Con María sumergida en la ignorancia y llorando por un niño que no nace, los encuentros cortos van prolongándose. La sangre de Justo hierve y las promesas de una vida juntos se le escapan de la boca como una tormenta. No habrá escuchado esa pampa declaración de amor más hermosa que la del peón a su patrón y la mística de la quietud campera se interrumpe por un estallido de rojo apasionado que es lo que sucede cuando quienes se aman se besan.
El testigo se agarra del asiento y sonríe todo lo que puede hasta que la terrible consciencia de la tragedia inminente le azota el cerebro. María regresa para devolver a su esposo a la realidad y para deshacerse de Justo. El corazón del incauto termina siendo el del espectador, que hasta el último momento exige que tanto amor prohibido no tengo que pedir más permiso.

Esta impecable pieza dirigida por Alejandro Ullúa podrá verse durante el resto de Noviembre en el Teatro del Abasto (Humahuaca 3549) los lunes a las 21.


miércoles, 18 de noviembre de 2015

Leer salva

Hoy mi inició amaneció con incontables avatares de banderas francesas y llamados desesperados a rezar por Francia en una suerte de despertar xenofílico que me dio un poco de esperanza. Porque nada más hermoso que aquel que desinteresadamente se compromete con el dolor de un extranjero, nada más inspirador. Recemos por Francia. Y por Libia también. Y por Siria, Palestina, Venezuela y México. Recemos por Somalia, por Nigeria y por Yemén. ¿O sólo los ciudadanos europeos y blancos valen nuestras oraciones? Nos compelen a rezar por una Francia que bombardeó Libia como si sembrar muerte no produjera frutos de tragedia. Nos piden que recemos como si justamente todo el showbiz religioso no fuera culpable de los inocentes que se mueren. Rezar por Francia sería como intentar apagar el fuego con un balde de nafta. Nos piden que recemos por extranjeros blancos mientras acusamos a los extranjeros morenos de robarse nuestros empleos y hacer colapsar nuestro sistema de salud. Tomamos vodka ruso y usamos teléfonos chinos y automóviles italianos, pero nos resulta repugnante que nuestro vecino sea peruano. Nos solidarizamos con el dolor del otro sólo cuando sale por televisión, y rezamos. Rezamos porque es más triste morir en Francia. Rezamos sin saber que una oración es tan útil para salvar una vida como esta publicación. Nos piden que recemos mientras aprovechan para subir la foto de ese viajecito a París en el 2008 y al pie escriben "qué triste". Triste sos vos, hermano. Triste es que haya inocentes muertos en París y en cualquier parte del mundo para justificar la guerra que están planeando los gordos de saco y corbata, los gordos que quieren petróleo y te piden que reces, pero nunca te van a pedir que leas. Que te informes. Que debatas con vos mismo, que cuestiones tus propios prejuicios. Ellos te piden que reces y mires fijo ese televisor chino que metiste al país escondido en el baúl de la camioneta. Porque meter tecnología escondida en vehículos está bien, es lo que se usa, pero cuando los que se meten ilegalmente son extranjeros famélicos que sueñan con una vida mejor nos encoleriza. Te piden que le reces a un ser imaginario mientras los seres de carne y hueso siguen matando. Te piden que reces a un ser imaginario de túnica blanca para que termine la guerra mientras los seres de carne y hueso y saco y corbata siguen fabricando armas. Te piden que reces por la muerte del europeo mientras al latino lo sigue comiendo el hambre y al árabe lo sigue ahogando el petróleo. No reces para que tu corazón esté tranquilo; mejor leé para que tu cerebro esté inquieto. Leer salva más vidas que rezar.

viernes, 13 de noviembre de 2015

¿A quién querés más?

Las camas están hechas para dos, incluso las más pequeñas. Tres en una cama no se hace, no se dice, no se usa. Elegí a uno, y que el otro duerma en el piso, en el patio, en otra casa. En otro corazón. Porque al corazón te lo pueden romper en mil pedazos, porque eso es sano. Está de moda. Pero elegir dividir el corazón no se hace, no se dice, no se usa. Dividir es más barato que romper, pero romper es lo que se estila. Las camas están hechas para dos. Uno es muy poco pero tres son demasiados. El código es binario. El código es estricto.
Querés tener un hijo pero todavía no tenés con quién. Tenerlo solo es muy poco, tenerlo de a tres es demasiado.
Querés formar una familia, pero todavía no tenés con quién. Vos solo no sos nada, pero tres son demasiados. Tres es multitud. 
El amor es de a dos hasta que aparece alguna puta que no sabe contar leí una vez en Twitter. Y no podés enamorarte de la puta también. No vale amar a la puta. El amor es de a dos porque digo yo, porque lo dice mi vieja, porque lo dijo mi abuela, y a mi abuela se lo dijo su madre que era una santa y jamás se atrevió a mirar a otro hombre. Ni a otra mujer. Dicen… yo repito. 
Porque el matrimonio es de a dos, no de a tres ni de a cinco. Así manda el Dios que me crio. Ámense los unos a los otros, pero de a dos, porque los números impares nos ponen incómodos salvo que hablemos de pecados capitales. Así manda el Dios que te crio a vos también. Decile Dios o status quo, lo importante es que mande y que le creas y que no te animes. Animarse es otra forma de pecado. 
¿Lo contrario de poli-amor es mono-gamia? Hay algo que no me cierra. Lo contrario es mono-amor a lo mejor. No, no me cierra. 
Elegí a uno solo y amalo para siempre, y mejor que elijas bien, porque vas a ponerle sobre los hombros la carga de serlo todo. Cantante y matemático, pintor y administrador, esposo y hermano, esposa y amiga, que cocine como una madre y coja como una puta y se vista como una princesa y te defienda como una guerrera. Todo ella sola. ¿Todo ella sola? 
A mí me gusta cómo besa Sergio y cómo me abraza Martín y cómo me sonríe Julián, pero tengo que elegir, porque las camas están hechas para dos. Las camas y las leyes y el imaginario colectivo. Adán y Eva. Romeo y Julieta. Pinky y Cerebro. El que cocina y el que lava. Batman y Robin, hasta que se metió la puta de Batichica. 
Amor de a tres no es amor, es calentura. No falta espacio en la cama, sobran prejuicios. Amor de a tres no es amor, qué importa lo que ustedes sientan. No es amor porque yo digo que no es amor. Qué me importa que se necesiten. Qué me importe que sean tres personas diferentes y que cada uno sea tan especial para los otros. Elegí, todo no se puede. Porque yo digo. Yo mando. Mando sobre tu cama y sobre tu corazón y sobre cómo entendés las relaciones. Yo mando.
El problema con los que mandan es que sólo saben contar hasta dos.
¿A quién querés más, a tu mamá o a tu papá? Tenes que elegir, no podés decir que a los dos por igual. Eso es poliamor y el amor es de a dos, ¿escuchaste? Tampoco vale decir que son dos personas distintas y que cada uno es hermoso a su manera. Y ni se te ocurra hablar de lo que cada uno puede darte individualmente. No podés tenerlos a los dos, tenés que elegir a uno. Quiero que elijas a uno. ¿A quién querés más, a tu mamá o a tu papá? Elegí a uno: a un dios, a un amigo, a un solo hermano, no podés amarlos a todos. No podés amar, ni siquiera, a dos.

martes, 10 de noviembre de 2015

Soy decente

Yo no voy a la Marcha del Orgullo. ¿Orgullo de qué? ¿De marchar con travestis semidesnudas y tipos sin remera? ¿De marchar con drags entangadxs? ¿De marchar con machonas con camisa? ¿De caminar al lado de minas en tetas? ¿De rodearme de maricones vestidos de cuero? ¿De andar mostrando la cara en la tele y que me vean todos mis familiares como si esos y yo fuéramos la misma cosa? Yo no voy a la marcha, que los maten. ¿Quién necesita un país más diverso? ¿Quién necesita entender la construcción sexual y emocional del otro? Si fueran todos de traje y corbata capaz me sumo, porque eso es más decente. Tener pinta de oficinista es más decente. Tapar es más decente, porque salir a poner el cuerpo exigiendo que te respeten es una estupidez. Porque salir a gritarle a la sociedad que vos y tus emociones y tu sexo y tu autopercepción también son parte de la cultura de nuestra Nación me parece ridículo. Que los maten, que sean víctimas del acoso escolar, que los empujen a la prostitución, que los conduzcan al suicidio, que no les den trabajo. Eso es más decente. Mi traje y mi corbata son más decentes, porque es muy importante que la abuela piense que no soy igual que ellos, que piense que soy algo que no soy sólo para no darle un disgusto. Es más importante que la abuela no sepa, porque la ignorancia es más barata que la libertad. Porque los derechos conquistados también son para mí pero yo no pongo el cuerpo porque quedarme a ver por Crónica cómo las trans son entrevistadas en tono sarcástico es más decente. Porque mi sillón es más cómodo que defender mis derechos y los derechos de todos esos tipos semidesnudos que, no sé por qué, no entiendo por qué, ríen y se abrazan y se felicitan y se prometen defenderse y confían en que un cambio cultural es posible. Yo me dejo la corbata puesta. Lo bueno de las corbatas es que si atás la otra punta a una rama no hace falta que nadie te ayude a morirte.

Tren

-Se informa a los señores pasajeros que la Línea B se encuentra interrumpida por arrollamiento. Una persona se tiró a las vías, señores. Se suicidó.
-¡La puta madre!-, gritó el chabón.- ¿No se podía matar en otro horario?
Lo miré y sólo pude hacer silencio. Desalojé el vagón mezclado entre los otros y arrastré los pies hasta la salida con el alma pesada como este cielo de tormenta. Las palabras del pibe retumbaban en mi cerebro, algo se me había roto adentro. Me asusté. Me asustó esa indiferencia y ese apuro egoísta que pretende justificar la crueldad. Abandoné Estación Pasteur y anduve muchas cuadras con la lluvia helada sobre el lomo y un nudo en la garganta. Me ardían los ojos, pero nadie se dio cuenta. Nunca nadie se da cuenta. Esta tarde a mí también me atropelló un tren.

lunes, 2 de noviembre de 2015

No existís

El texto a continuación fue seleccionado para la apartura del evento "Kilombo Queer - IV Edición", llevado a cabo en Teatro Espacio Tole Tole (Pasteur 683, C. A. B. A.) el día 31 de octubre de 2015 e interpretado por la actriz Rosario Sabarrena.
+ Info en Blasting News



Me llamo Rosario y no existo. O sea sí, existo, no soy una sirena. Existo pero no, como la envidia sana. Existo de vez en cuando, mejor dicho. Y el problema con los de vez en cuando es que no dependen de mí, sino de ustedes.
Ustedes no me dejan existir, hijos de puta, y miren el esfuerzo que estoy haciendo por parecer lo más real posible. Vení, tocame acá, ¿viste que sí existo? No soy un fantasma. Bah, hasta los fantasmas existen más que yo. Pero acá el mambo es distinto: yo no existo porque soy bisexual.
¡Ajá! ¡Así los quería agarrar!
¿Sabés la cantidad de veces que me dijeron en la cara que no existo? Porque ustedes creen que la bisexualidad no existe. Si sos mujer y bisexual, no sos bisexual, sos una fiestera. Y si sos hombre ni te digo, ¡sos un puto traumado! Y si sos trans y bisexual… ay, no sé, ¡sos un alien!

Hay dos formas de existir: por consciencia propia y por consciencia de los otros. Y mi consciencia está diez puntos, eh. Yo sé que existo. Existo cada vez que abrazo a un hombre o beso a una flaca, existo cuando la piba me toca las tetas o cuando el pibe me hace la cena y existo también cuando ella me lee o cuando él me muerde el cuello y me deja marcas que al otro día tengo que andar cubriendo con el pañuelo de seda que heredé de la abuela. Así de mucho sé que existo, el pañuelo que cubre el beso es prueba suficiente. Y ella y él me hicieron sonreír de igual manera y de los dos me enamoré. Y enamorarme también prueba mi existencia.

Acá el problema es la consciencia del otro, esa consciencia cuadradita, como box de call center, como monoambiente de microcentro. Y yo no entro en ese cuadrado porque soy círculo y triángulo al mismo tiempo. Y vos me venís a mirar a los ojos y decirme “¡la bisexualidad no existe!” sin darte cuenta de que con cuatro palabras de mierda desmoronaste mi existencia, mi construcción, mis círculos y mis triángulos que no caben en tus cuadrados.
Amás las etiquetas pero esta no te cabe, y cuando te digo que soy bisexual ponés cara de que te preguntaron cuánto es 432 dividido 29, así mira, los ojitos chiquitos y llenos de duda, mirándome con desconfianza como si sospecharas que fui yo la que te afanó la porción de lemon pie que dejaste en la heladera.


Pero yo sí existo y amo y amar es prueba de existencia, no importa a quién. Y coger también es prueba de que existo y tampoco importa con quién. Bah, a mí no me importa con quién, se ve que a vos sí. Se ve que mi libertad es una trampa mortal para la moral sensible y al final la culpa es mía por no ser o círculo o triángulo. Yo existo. Vení, tocame. Soy círculo y triángulo al mismo tiempo. Y es así porque digo yo. Porque al fin y al cabo nunca vamos a poder ser nada para nadie si primero no somos todo para nosotros mismos, ¿no?

viernes, 23 de octubre de 2015

Usted (Microalmas)


-Berta, venga.
Berta salió de la pieza secándose las manos con el repasador. Nicasio estaba sentado en la galería, mirando la siesta.
-¿Qué pasa?
-¿Por qué se casó conmigo, Berta?
Berta quedó tan desconcertada con la pregunta que al principio pensó que había escuchado mal.
-No entiendo-, respondió.
-Eso, Berta, ¿por qué se casó conmigo?
-¿Qué le pasa? ¿Está borracho?
-¿Por qué se casó conmigo, Berta? Si usted era guapa y yo no tenía un peso. Y para colmo, le prometí que iba a tenerlo algún  día y acá nos tiene. Mire la pieza, Berta, se está cayendo a pedazos y yo no tengo ni fuerzas para hacerle un revoque.  Mire el campo ahí enfrente, Berta. No es Buenos Aires. ¿Se acuerda cuando le dije que la iba a llevar a Buenos Aires? ¿Por qué me creyó, Berta? ¿Por qué no se fue cuando se dio cuenta que nunca íbamos a ir a Buenos Aires?  ¿Por qué no se fue cuando se dio cuenta de que todos los hijos que le hacía se le morían, Berta? ¿Por qué aceptó esta miseria, esta casa en el medio del monte, el barro, el calor y los mosquitos?
Berta le acarició la cabeza plateada y lo envolvió en una sonrisa misericordiosa.
-Me casé porque todavía tengo la esperanza de que todo mejore-, respondió.- Y cuando eso ocurra yo voy a estar acá con usted para compartirlo, Nicasio. 

jueves, 1 de octubre de 2015

Condición Humana - Fragmento (Microalmas)

-Te juro que no te voy a mentir nunca, pero te advierto que eso va a lastimarte.
-La verdad libera, y la libertad no lastima.
Tiempo después se encontraron en la plaza de siempre.
-Te avisé que la verdad te iba a doler.
-No me duele tu verdad. Me duele esta inmunda condición humana que me hace preferir que me hubieras mentido.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Espasmo (Microalmas)

Ahí van los zombis del amor, arrastrando los pies, mirando la pantalla del celular con los ojos clavados en una foto, en un avatar, en una última conexión. No los culpen. Les rescato el optimismo, les recato esas ganas de enamorarse. Les rescato esa seguridad visceral con la que dieron el primer beso, con la que dijeron te amo, con la que supieron que no se la iban a bancar si no era para siempre pero igual se animaron.

Lo que pasa es que la ciudad se hizo muy grande como para encontrar el amor a la vuelta de la esquina, en el café de Malabia, en un departamentito camino al museo sobre Austria casi Las Heras. Los zombis tuvieron que maquillarse y posar con su mejor ángulo para la foto de perfil de una red social enorme llena de fotos de perfil de personas posando con su mejor ángulo, donde uno puede elegir a la gente como mercadería exhibida en la góndola del chino de la esquina.

El zombi quería un espasmo de amor y aceptó las reglas del juego. Quería sentirse vivo. Salió a cenar, se rió en la plaza, agarró una mano en el cine, tuvo vergüenza de sacarse el calzoncillo por primera vez, desayunó en cama ajena, se lavó los dientes con el dedo, se tomó un bondi con la ropa de anoche, se tomó un vino  un martes en un bar y faltó al laburo y se tomó el tiempo para detener todo el ruido de la ciudad y amar un rato. Un ratito, por lo menos. Porque el zombi no es siempre zombi. El zombi se vuelve zombi cuando lo muerde la tragedia: una desaparición, una mudanza repentina, un regreso, una piña, un bloqueo en Facebook, un ex novio que resucita, un descubrir que no quiere tener hijos, un descubrir que odia los animales. No podés odiar los animales, flaco.


Y ahí está el zombi, arrastrando los pies, mirando la pantalla del celular con los ojos clavados en su foto. En su avatar de Twitter. En su última publicación de Instagram. En su última conexión del chat. Aun así, todavía le banco las ganas de enamorarse. Le banco las ganas de enamorarse a cualquiera. Enamorarse es como el primer rayo del sol que te golpea la cara cuando salís del subte una mañana de invierno.  Al fin y al cabo, uno no no es culpable de lo que ama, sino de lo que perdona. 

viernes, 18 de septiembre de 2015

Ruido

Cuando tenés ataques de ansiedad, amar puede ser una trampa. El corazón se acelera como esa vez que me subí a la vuelta al mundo en un parque de diversiones de Brasilia, con el cielo limpio sobre la cabeza y el concreto que se acerca y se aleja a la velocidad de las alas de un pájaro que se escapa. Tus piernas se mueven todo el tiempo (aunque estés sentado) y tu panza no se llena de mariposas, sino de hamsters que corren como locos en rueditas de metal oxidado que hacen mucho ruido. Querés decir todo al mismo tiempo porque los segundos de silencio te angustian y sentís como si las orejas te ardieran de la nada. Te tiemblan las manos cuando armás un cigarrillo y te tiemblan los ojos cuando mirás una foto y te tiembla la voz cuando decís un nombre y tu cabeza se llena de luz y de ruido, como si tu cerebro fuera una playa de una ciudad balnearia donde todas las noches se festeja el Año Nuevo.

Casa desmantelada

Situación: edificio de un banco importante en microcentro, mediodía. Pasaba por la puerta yendo a dejar unos papeles y veo al bigotudo de saco llegar con cara de culo.
-Les dije que saquen todos estos cartones de acá-, le gruñó al guardia de la entrada.
-Pero, señor, no puedo sacarlos. Ahí duerme alguien a la noche.
-¿Y a mí qué me importa?
-Señor, ¿a usted le gustaría llegar a su casa y que se la hayan desmantelado?
Guardia desconocido, quiero ser tu amigo.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Nina

Volvía caminando y pasé junto a una piba y su pibito, que revolvían la basura y clasificaban con paciencia los reciclables. Me vuelvo cuando escucho que alguien la llama:
-¡Nina!-, dijo el cincuentón de pelo blanco, acomodándose la bufanda. -¡Nina! ¿Sos vos?
Nina apartó la vista de su trabajo y cuando miró al hombre pude notar cómo se le llenaban los ojos de lágrimas rápidamente.
-¡Doctor!-, dijo Nina, y salió corriendo y lo abrazó fuerte, como quien abraza a un padre que no ve hace mucho.
-Nina, ¿pero qué te pasó?
(A esa altura yo simulaba esperar en la puerta de un edificio mientras mandaba un mensaje. Soy un chusma.)
A Nina lo que le pasó es que el papá del pibe la echó a la mierda, la dejó en la calle, sin un peso, sin un pañal, sin una lata de leche. Había una Nina nueva, una que seguro no tenía hijos ni el cuerpo que tienen las mamás después de parir.
-Pero, no entiendo... ¿por qué no me buscaste? ¿por qué no me avisaste?
Nina trabajaba en la casa del Doctor, pero un día apareció este muchacho, prometiéndole todas las cosas que a Nina la habían llevado a dejar su trabajo y mudarse con él. Después llegó el nene. El doctor no lo conocía, pero eso no le impidió alzarlo y jugar con su cabello mientras Nina le contaba lo mal que la había pasado los últimos años. No dejaba de llorar, y el pibito le preguntaba mami qué te pasa un poco asustado.
-¿Por qué no me buscaste, Nina?
-Porque me daba vergüenza-, confesó, mirando el piso y secándose los mocos con la campera vieja.
-Juntá tus cosas y acompañame, tengo el auto acá a la vuelta-, dijo el Doctor, sonriendo.- Quedate tranquila, ya te vamos a encontrar algo.
Sonreí y me alejé calle arriba, contento porque Nina y su pibito esa noche se habían reencontrado con el ángel de la guarda. Contento porque, después de un día desesperanzador, en un rinconcito oscuro de Villa Crespo recordé que la magia sí existe.

Los perros

A veces pienso que somos como los perros.
Crecí en un barrio donde había muchos perros. Todo el mundo tenía perros. Nosotros teníamos como seis.
Cuando iba a tomar el colectivo, uno de mis perros siempre me acompañaba y por el camino se cruzaba con todos los otros. La mayoría nos ladraba porque no conocían a mi perro.
Pero, cada tanto, aparecía uno que nos movía la cola y se quedaba jugando con nosotros. No nos conocía, pero le chupaba un huevo y se acercaba sin miedo.
Hay que ser ese perro.

No parecés gay

Qué cosa que me pone incómodo el "no parecés gay". La gente lo usa mucho. Vos seguro que lo usaste un montón de veces. Te dicen que no parecés gay como si fuera un halago. ¿Qué tengo que responder? ¿Con un gracias alcanza? ¿O te tengo que decir "vos no parecés hétero" y cagarnos a trompadas? No parezco gay porque en tu imaginario yo tendría que ponerme un regio vestido de lentejuelas y salir a la calle y así parecer bien gay. No parezco gay porque nos cruzamos en la oficina y no en esas fiestas electrónicas donde van todos los gays a parecer gays. No parezco gay porque a vos te educaron para pensar que parecer gay es malo, ¡y serlo ni te cuento! pero vos me tomaste cariño, y la verdad es que no querés que yo parezca gay. Por favor, tomen nota: "No parecés gay" no es un halago. Además es como el "estás más flaca": nunca es cierto. *tira brillantina*

Bondi

Lo injusto de enamorarse es no saber lo que le pasa al otro. Es difícil de explicar, pero se parece mucho a esperar el colectivo en una esquina donde no sabés si hay parada. Y ahí estás vos, solo, cagado de frío, con los brazos cruzados y los ojos fijos en la calle que baja hasta el centro. Y ves el colectivo a quince cuadras, y te ponés contento, pero al mismo tiempo te preocupa estar en la esquina equivocada. Y el colectivo está a diez cuadras, y tratás de buscar algún indicio de que estás esperando en el lugar correcto. Ocho cuadras. A ver si no para más allá. Cinco. Dos. Levantás el brazo, ya estás jugado. Todo parece indicar que estás parado en el lugar correcto, pero todavía te incomoda esa amarga ficción en la que ves pasar el colectivo, ignorándote, mientras todavía tenés el brazo levantado y cara de boludo.


viernes, 5 de junio de 2015

Forras del Orto

"Forra del orto" pensé cuando la piba que iba de pie frente a mi en el subte se corrió de lugar al notar que me había parado atrás de ella. "Forra del orto" pensé cuando la mina cruzó la calle al verme venir en la oscuridad, la otra noche. "Forra del orto" murmuré entre dientes cuando la flaca se negó de mala manera a que la ayudara a bajar del bondi lleno, aún cuando yo se lo había ofrecido con toda la amabilidad del mundo.
Forras del orto, perdónenme. Yo no quise ser hombre, salí así. Forras del orto, perdónennos a todos. Perdónennos por ese miedo que les aparece cada vez que salen a la calle y se cruzan con un hombre, como yo, que las apoya en el subte, o que las agrede verbalmente en una cortada vacía, o que les toca el culo en el bondi.
Por favor, no me tengan miedo. Yo no les quiero tocar el culo ni decirles guarangadas.
Pero cómo podrían confiar en un extraño, claro, si todos los días las manosean sus tíos y las violan sus padrastros. ¿Cómo no tenerle miedo a un extraño si todos los días las matan sus novios? ¿Cómo no mandar a la puta a un desconocido que se para a sus espaldas si todos los días sus maridos las cagan a piñas de frente? ¿Cómo no tenerle miedo a un extraño que las ayuda a bajar del bondi si todos los días las chorean y de paso les tocan las tetas?
A mí no me van a matar por contestarle mal a mi marido, ni me van a tocar el culo cuando baje del bondi lleno, ni me van a pedir que muestre la tanguita cuando camine por una calle oscura. Yo no sé qué significa vivir con eso. Yo soy hombre, uno de esos que se crió en los noventa, mirando por la tele cómo Olmedo manoseaba adolescentes, cómo Francella quería cogerse a una colegiala pero le daba culpa porque era menor de edad y eso nos hacía reír a todos, y lo festejábamos. Yo me crié con un Sofovich que trataba de pelotudas a las secretarias y con un Rial que le decía a Beatriz Salomón que el problema no era la infidelidad, sino que el marido la haya cagado con un travesti. Porque eso es de puto. El macho bien macho te caga con otra mina, por supuesto.
A mí me hicieron creer que mi mamá iba a ser mucho más feliz si le compraba una multiprocesadora Ultracomb modernísima y que mi hermana tenía que hacer una fiesta de quince con un vestido enorme, porque eso hacen las mujeres. Por suerte nada de eso funcionó. A mí vieja no le gustan los electrodomésticos, le gustan los libros. A mi hermana no le gustan los vestidos, le gustan las camisas. Y a mí no me gusta que me tengan miedo por ser varón. Ni en el subte, ni en una calle oscura, ni en un bondi lleno. No lo voy a tolerar.
A lo mejor te parezca que todo este asunto feminista que te tiene las bolas llenas no tiene nada que ver con vos. Porque viste cómo son las minas, campeón, son todas unas histéricas de mierda, incapaces de quedarse en casa, como corresponde, a maquillarse los ojos morados. Porque algo habrán hecho para que les peguemos. Hay que ver qué tan larga era la pollera de la putita que violaron la otra siesta y cuántas noches a la semana salía a bailar la zorrita esa que el novio cagó a trompadas. Siento contradecirte, amigo, pero esto también tiene que ver con vos.
Salí a marchar, si sos macho. Por tu vieja, por tu hermana, por tu hija. Salí a marchar, si sos macho, para que las pibas no te tengan más miedo si las cruzás a la noche en una calle vacía. Salí a pelear si sos macho. Ayudá a cambiar la historia si sos macho. Sé un San Martín moderno si sos macho, que si la libertad no es para todos, entonces no alcanza. Que si la libertad no es para todos, no es libertad, es márketing. 



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