Árbol Gordo Editores

sábado, 16 de marzo de 2019

Lamento

Sucede entre la garganta y el pecho. Sucede así nomás, yo no puedo detenerlo. Las clavículas se endurecen y los músculos del cuello se tensan como las sogas de las velas de una fragata, una mañana de mucho viento. Lamento tanto haberme empantanado hasta la cintura en este amor. En este preciso instante, aquí y ahora, lamento el amor. Lamento la adicción a esa forma nebulosa del amor a la que algunas personas le dicen futuro. Sospecho que es esa angustia lo que sucede entre la garganta y el pecho, así nomás, irrefrenable, incomprensible y sin embargo tan cotidiana que ya casi no espanta. Alguien me envuelve el cuello con una mano invisible, por detrás. Me obliga a torcer la mirada. Observo la pantalla negra y la pantalla negra me observa como con pena y yo demoro en hacerme cargo de la lástima que me tengo. No hay mensajes nuevos. Qué dirían, de estar ahí. Los mensajes, ¿qué dirían? A lo mejor algo así como no tengo batería. Puse el teléfono en modo avión. Tuve que elegir entre enchufar el teléfono o el ventilador y mirá el calor que hace. No tengo ganas de conversar ahora. No puedo escribirte, mis dedos están bailando sobre piel ajena. Hablar con vos es invocar tu ausencia y acá hay carne que respira y quiero explorar. Sí, eso dicen los mensajes que no llegan. No me preguntes cómo sé, será esta abstinencia, que me arrastra a un cine vacío en el que se proyectan en loop todas esas películas que me hago. Lamento el amor. Lamento la adicción a esa forma nebulosa del amor. Releo tus cartas para reemplazar los mensajes que no llegan. Tus cartas son hermosas. Lamento tus cartas. Lamento la adicción a esa forma nebulosa de amar, entre la felicidad y el pánico. Yo ya no sé amar de otro modo y cuánta desdicha más seré capaz de tolerar. Uno de esos mensajes tuyos que no llegan dice que eso que me pasa no es amor, que no sea necio. Ya sé que eso no es amor. Ya sé que lo que siento se parece más a una trompada que a una caricia. Nos ves cómo escribo, todo de corrido, sin permitirme siquiera la dulce pausa de un punto aparte. Ya sé que estas vísceras mías, que se han vuelto madera que arde, no se sienten ahora como se sienten cuando estamos cerca. Otro de tus mensajes dice no me esperes despierto ni te despiertes esperando nada, mis dedos están bailando sobre piel ajena. Y qué lindos son tus dedos. Y cómo quisiera ser piel ajena. Y qué cosa abominable el celo que aparta los pensamientos de las imágenes bellas. Y qué importa de quién sea la piel, mientras tus dedos sigan bailando cuando cierro los ojos.