Árbol Gordo Editores

viernes, 29 de julio de 2016

El Agustincito



Hoy estaba pagando en la farmacia y ¿sabés quién me atendió? El Agustín. ¿Cómo que qué Agustín, Roberto? El hijo de doña Eugenia, el Agustín Corvalán. Se ve que lo llamé con la mente, el otro día me estaba acordando de él cuando fuimos a comer con tu madre, que la Valentina no quería lavar los platos y el Marcelo la cagó un sopapo.

El Agustincito llegaba del liceo a eso de la una y media. Cuando tenía equitación se quedaba todo el día, pero generalmente una y media llegaba, lo traía el padre. Qué cara de nervioso que tenía ese hombre. Igual que vos, pero con camioneta y casa en Santa Lucía. Bueno, no te enojes, era un chiste, amargo. Igual, ¡para lo que le duró!

El tipo gritaba todo el día, no se le podía hablar. Hasta a mí me daban ganas de darle un sartenazo, te juro. Ese mediodía lo había retado al nene, que no quiso comer más y se levantó de la mesa. El padre le dijo que lavara el plato ¿y sabés lo que dijo el mocoso? ¡Qué los lave Ramona, para eso le pagan! Mocoso atrevido, pero qué iba a saber.

Yo sí sabía. Yo me di cuenta enseguida cuando el padre del Agustincito empezó con los problemas, pero hasta que dejó de pagarme habrá pasado por lo menos un año... No, qué esperanza, ¡dos años! Si él vendió la casa de allá, de Santa Lucía, cuando la hija de la Elsa cumplió los quince, ¿te acordás?

Ahí yo me di cuenta. Vendió la casa, el campo, la lancha, pero al Agustincito no lo querían sacar del liceo. Imaginate, ¿qué iba a decir la gente? Discutían cada dos por tres con doña Eugenia, por plata siempre. De a poco, él empezó a llegar cada vez menos a la casa y de un día a otro no fue más. Lloró desconsolada, pobre doña Eugenia. La madre le echaba la culpa de todo a ella. El Agustincito habrá tenido... qué se yo, ¿once años? ¿Qué edad tiene la Macarena? ¿Doce? Bueno, la edad de la Macarena habrá tenido.

Como a los tres meses se enteraron que el tipo le debía una vela a cada santo. A mí me debía dos paquetes ya, pero bueno, qué se yo. Doña Eugenia vendió todo. Todo, eh, pero no lo sacó del colegio al nene. Qué mal que la habrá pasado el Agustincito yendo al liceo en colectivo. Ahí todos van en Ferrari. Bueno, vos viste. Pasame la soda, haceme el favor.

Me acuerdo cuando doña Eugenia me dijo, llorando, que no fuera más, que no me podía pagar lo que me debía, que no sabía qué hacer, que el marido seguro estaba muerto. Era buena doña Eugenia, pero boluda. El marido habrá estado en Paraguay. A ella la agarró la crisis y la comieron los piojos. ¡Ja! ¿Vos te la imaginás vendiendo torta parrilla allá al costado de la terminal? Allá con la Nori. A ver, poné más fuerte que está hablando Moria. Qué mujer elocuente, por favor. ¡Escuchá lo que dice, Roberto! Esto está todo arreglado. Sacá los cubiertos que te sirvo más.

Bueno, bajá la tele, te sigo contando.

Un par de días después de que doña Eugenia me dijera que no fuera más, era el día del niño. Me aparecí con unas empanadas de pollo... ¡no miento!, de jamón y queso eran las empanadas. Unas empanadas, una bolsa enorme de chizitos y una Naranpol de uva. Le dije a doña Eugenia que venía a festejar el día del niño con el Agustincito. Ellos estaban pasando miseria, Roberto, ese mediodía no había nada más en la casa. Comimos en la cocina, habían vendido el juego de comedor.

Le llevé escondido al Agustincito el robot ese que tanto hinchaba las pelotas. La cara que puso cuando lo vio no me la olvido más. ¡Mirá lo que te compró tu mamá! le dije, como haciendo la que estaba sorprendida, al angaú. Le hice creer que el regalo se lo había comprado la madre porque no podía robarle a doña Eugenia lo que habrá sentido el nene cuando vio el robot. Me acuerdo que ella hacía fuerza para no llorar y me decía gracias, Ramona, gracias. Yo también hacía fuerzas para no llorar. Terminé de masticar lo poco que había y me levanté y empecé a juntar los platos, apurada, para que no se dieran cuenta de que tenía los ojos colorados, pero el Agustincito soltó el robot y me dijo dejá Ramona, dejá. Los platos los lavo yo, me dijo.

lunes, 18 de julio de 2016

La teta

Molesta la teta que asoma bajo la blusa y cae, como caen los duraznos en febrero, sobre los labios diminutos de la cría hambrienta. Molesta la cría que acaricia la teta mientras posa los ojos nuevos en el rostro piadoso de la hembra que amamanta en el parque, en el colectivo, en el cantero. Molesta el pezón, redondo y rosado, arrugado, rebosante de leche, besado y mordido. Incomoda la teta cuando es fruta y no morbo, cuando el acto es íntimo a pesar de ser público y ningún otro que no sea hembra o cría comprende. La teta apropiada es la teta que vende lencería, celulares, autos, pero nunca la que da de comer. Qué sabe la cría de momentos adecuados para llorar de hambre. Qué sabe la cría del furioso marketing que condenó a la teta a ser pública para vender, pero nunca para amar.

domingo, 10 de julio de 2016

Fernweh (octava parte)

Nos quedamos en la playa, semidesnudos y con las piernas llenas de sal, hasta que el sol, todavía tibio, comenzó a hundirse en el horizonte sin nubes.
-Mirá qué lindo, le dije, señalando el momento exacto en que los rayos se acostaban sobre la espuma del mar, que ahora parecía pulpa de mango.
-Sacá una foto, me pidió.
Agarré el teléfono y lo levanté en dirección al paisaje. Antes de poder abrir la cámara, sentí el peso suave de la mano de Salvador obligándome a dejar el aparato. Me sacó los anteojos y me corrió el flequillo de los ojos, mientras señalaba la moneda de fuego.
-Sacá una foto, repitió.

Oriental

Para Lyla Peng

Celebro las almendras que se dibujan en el contorno de tus ojos, jamás solamente tuyos, pues son fractales de geometría ausente multiplicados por millón, como las flores de ciruelo, en los rostros de las mujeres poderosas que alimentaron tu herencia. Me conmueve esa sensualidad de crisantemo que no necesita desvertirse para saberse cierta y estira los pétalos para abrazar la luz del sol. Acaso como el ginseng, tu carne envuelta en banderas, qipao, sabe más de curar el corazón que la desnudez que otrora los maestros disfrazaron de divinidad para celebrar. Yo no te necesito deidad desnuda para que me llenes el pecho de sangre. Yo te quiero así, auténtica, puño poderoso que se levanta ante la injusticia, garganta como peonías solemnes que florecen para decirnos que este mundo que nos rodea también es hermoso cuando los ojos que miran, observan.

Árboles de carne y hueso

Qué sé yo de ese campo ancho que se aprieta adentro de tu cuerpo, mar rojo de tierra fértil donde las flores nuevas se ponen de pie para decirle a los hombres que no teman, que seguimos vivos, que seguimos viniendo al mundo; huestes de la misma sangre que los parió.
Qué se yo de las microalmas, como estrellas diminutas, que cuelgan del cielo nocturno que se despereza en tu vientre y brillan suavecito, tímidas, aguardando el milagro de abrir los ojos para poder ver el mar bravo que lame la arena de la playa o acaso el otoño que murmura, naranja, besando las copas de los árboles de la plaza.
Qué se yo de la saliva que se hunde en la rigidez de tu garganta cuando esa humedad espesa te abraza los muslos por primera vez, una siesta cualquiera, sobre la hamaca de pino que las manos amorosas construyeron para la niña tibia que ahora es mujer de fuego.
Qué se yo, pero quiero saber. Quiero conocer el truco de magia de la caja donde cae la semilla para que crezcan árboles de carne y hueso y sangre, tanta sangre y vida, que hasta ha pintado estas mejillas con el color de las entrañas de los frutos del guayabo.

Raúl

No sé cómo se habrá llamado, pero tenía cara de Raúl, así, con las cejas pobladas llenas de canas plateadas y los ojos oscuros, un poco opacos, como esos muebles tristes donde las abuelas esconden la vajilla.
Raúl subió al colectivo revolviéndose los bolsillos de la campera vieja. Cuando suspiró, los vidrios cerrados se llenaron de cal y lágrimas, pero nadie se dio cuenta. Sacó la tarjeta, pagó el pasaje y fue a sentarse frente a la nena.
Tampoco sé cómo se habrá llamado la nena, pero tenía cara de Lu, así, cortito, como las antenas de las hormigas que hacen fila en la plaza para llevarse las hojas que se tiran de las ramas cuando es mayo y los chicos salen de la escuela con la bufanda atada al cuello y la escarapela abrazada al guardapolvo.
Raúl se desplomó sobre el asiento y se puso la mochila rosa en las rodillas. Yo escuché cómo las herramientas oxidadas se empujaban ahí adentro. El cling del destornillador contra la cabeza del martillo y el clang de la llave inglesa golpeando el mango del buscapolo hicieron que Lu sacara los ojos del cuaderno gordo y los pusiera sobre el albañil y esa mochila ajada suya. El bolsillo del frente enmarcaba, como una ventanita con cierre, la imagen de la princesa que bailaba el vals con un príncipe, que no era azul, pero casi, porque esa tarde hacía mucho frío.
-¡Mirá, mamá!, exclamó Lu, con la impunidad de la infancia. ¡Tiene una mochila de nena!
Raúl bajó la vista y las pupilas se le llenaron de los corazones rojos y púrpuras que flotaban sobre la escena de lona. La mamá de Lu, que tenía cara de Mercedes, así, con rodete tirante y pañuelo de seda, le ordenó que hiciera silencio, que no fuera maleducada, que el señor se iba a enojar.
-¡Pero esta mochila no es de nena!, dijo Raúl, y en el colectivo todos hicimos silencio. Creo que hasta el motor dejó de rugir y el ripio bajo las ruedas ya no crujió tanto.- ¡Esta es una mochila de nene! ¡Mirá! ¿No ves que tiene un príncipe?
-¡Pero tiene corazones!, protestó Lu.
-Sí, porque el príncipe está enamorado, ¿no ves como la mira a la princesa?
-¡Pero es rosa!
-Sí, como la camiseta de Boca, explicó Raúl, con una paciencia que le costaba demasiado después de haberse pasado el lunes revocando las paredes de una casa que jamás sería suya.
-Bueno, entonces sí, dijo Lu, y volvió a mirar el cuaderno gordo.
Mercedes y Raúl cruzaron una mirada cómplice y se sonrieron. Yo también sonreí, pero ellos no me vieron. Sonreí consciente de la sabiduría de Raúl. Sonreí porque también hay príncipes rosa. Sonreí celebrando que aquella tarde Lu hubiese aprendido algo que nunca se escribe en ningún cuaderno gordo.

Trolo

"¿Y? ¿ya la pusiste? gritó el tío con la cara colorada de sol y vino, una siesta de pileta. ¡No me vas a decir que sos trolo!, insistió, y la carcajada salpicó el agua. Cuando yo tenía tu edad... ¿vos cuántos años tenés? ¿quince? ya debés tener las manos llenas de pelo, eh. Cuando yo tenía tu edad, o un poco menos, el abuelo Enrique me llevó al cabarute de la ruta y me dijo elegite la que quieras. Me agarré una veterana, porque los muchachos ya me habían avisado que esas cogen mejor. ¡Vos sabés que me hizo que se la ponga entre las tetas!. ¡Qué tetas grandotas! ¡No me olvido más! Y el vino le llenó los dientes y la lengua, que se le puso blanda y bordó y un poco bífida. Yo quería que me la chupe nomás, contó. Chupámela, le dije. ¡Cómo la chupaba, tendrías que haber visto! Esa sí que era bien puta. Me la chupó y después la di vuelta y se la di por el culo. Asi nomás, a pelo. La agarré del cuello y le pegué unos sopapos y se quedó mansita la vieja. Vos tenés que ponerla ya, a como dé lugar, estás grande. Tus compañeros van a pensar que sos puto, m'hijo", pensaba Facundo, mientras sus piernas gruesas apretaban los muslos tibios de la piba, que quería gritar, pero no podía, porque le había envuelto el cuello con los dedos flacos de la mano izquierda, mientras que con la derecha se desabrochaba el cinto. "A como dé lugar", había dicho el tío, borracho de odio. Y Facundo hizo caso, porque no quería que nadie piense que era trolo.

#NiUnaMenos y los abusos en el rock: Habla el mundo de la música

Nota para Diario Tag



Hace un año, las calles se llenaron de mujeres y hombres aunados en un reclamo inflexible para que las autoridades competentes pongan fin a los femicidios, es decir, al asesinato de identidades femeninas como consecuencia de crímenes de odio. La marcha “Ni Una Menos” devino en un día histórico.

Desde entonces, una serie de cuestionamientos han atravesado el discurso que pretende empoderar la lucha contra la violencia de género. La violencia es violencia, independientemente de sobre quién sea ejercida, nos dicen, sin comprender que el porcentaje de casos de crímenes de odio contra identidades masculinas es ínfimo en comparación con los perpetrados contra las mujeres. Para comprender este fenómeno, es necesario también entender que la comisión de dichos delitos engloba en forma holística a la imagen de la mujer y su rol social preestablecido por una cultura hegemónica. Alcanza a cualquier persona cuya identidad de género se incline por lo femenino, independientemente de su sexo biológico. Existe un razonamiento similar en torno a la inexistencia de, por ejemplo, una “marcha del orgullo heterosexual.”

Tras la multitudinaria marcha del 3 de junio de 2015, de la que participaron millones de personas alrededor del mundo, el foco ha sido puesto en la violencia ejercida sobre lo femenino. En noticias más recientes, el mundo de la música se ha visto envuelto en escándalos relacionados a abusos sexuales perpetrados por los propios ídolos.

Diario TAG tuvó la oportunidad de recibir una explicación detallada del asunto de parte de Zabo Zamorano, escritor y conductor de Much Music Latinoamérica. “Después de hacer públicas las denuncias en Tu Much, quisieron silenciarnos. Muchos artistas no se animan a hablar porque las personas involucradas son amigos y colegas” explica Zabo. Sin embargo, el medio escogido por las víctimas para hacer público su testimonio fue justamente YouTube, es decir, una red social donde los artistas del ámbito musical han encontrado su nicho hace años.

Tras darse a conocer públicamente el video donde Mailén acusa de abuso sexual a Migue, voz líder de la banda indie La Ola Que Quería Ser Chau, otros casos fueron saliendo a la luz. No obstante, todo este asunto se ha dado durante décadas en este ámbito donde el fanatismo y la desinformación le juegan una mala pasada a las y los adolescentes.

No es inusual ver a líderes de la música involucrarse sentimentalmente con personas a quienes doblan en edad, pero el asunto que nos resulta mucho más escabroso permanece en camarines. “Pasado el primer momento de sorpresa, me di cuenta de que había muchos más casos. Fue feo enterarme que estaban involucrados colegas a quienes conozco desde hace muchos años” comenta la cantante Érica García. “Antes, la violencia estaba naturalizada, creíamos que era normal que un hombre fuera violento verbalmente”. A lo anterior, Iván Chausovsky, gestor cultural y actual cara visible del evento ‘Te Re Cumbió’, agrega: “Esto está tan naturalizado que sólo podemos darnos cuenta cuando aparece una piba en una bolsa. El morbo y la admiración son factores presentes en este consenso social de las situaciones de abuso, sostenido por micro-machismos, como el ‘damas gratis’ de los eventos.”

Por su parte, Diego Pérez, integrante de Tonolec, sostiene que, en principio, esta cuestión tiene que ver con “el abuso de poder en situaciones donde hay admiración.” Es menester entender que el fanatismo pone a una persona en una situación de vulnerabilidad a nivel psíquico. El fan llega a ver a su ídolo casi como una deidad y, en muchos casos, faltos de la información adecuada, entiende que ese ídolo tiene, a causa de su talento artístico, una suerte de potestad sobre su cuerpo. “Las nenas de Sandro” son un claro ejemplo de la sexualización del fanatismo al que los medios de comunicación siempre han interpretado como una cuestión hilarante, desvistiéndolo del verdadero peso que tiene el hecho de que una persona interprete que su cuerpo es propiedad de su ídolo. “Los medios de comunicación son responsables de desinformar a los adolescentes en cuestiones relacionadas a la sexualidad y las drogas”, opinaEmiliano Khayat, actual integrante de Peina Catú y colaborador de Tonolec. “Son estos mismos medios los que venden una imagen desproporcionada de la adolescencia. Hay un salto desde la infancia a la adultez, al joven no se le da tiempo para madurar.”

Es evidente que la generación millenial maneja una serie de códigos completamente distintos a sus predecesores. Las redes sociales, en las que han estado inmersos desde temprana edad, les han permitido recabar mayor cantidad de información. Sin embargo, el problema subyace en el origen de la misma y en el análisis crítico que un adolescente pueda hacer sobre todo aquello que se encuentre a su alcance. Desde el punto de vista de la informática, un mayor volumen de datos genera un mayor retardo en el procesamiento de los mismos. Si sumamos esto a la fugacidad del interés, característico de la cultura de la imagen, se obtiene un resultado, cuanto menos, alarmante, sino peligroso.

Lo cierto es que lo sexual siempre ha estado presente en el ámbito de la música.Lyla Peng, fashion dealer a cargo de la estética de “Chances”, álbum de los reconocidos Illia Kuriaky and the Valderramas, cuya tapa del disco muestra una decena de doncellas desnudas junto a los cantantes Dante Spinetta y Emmanuel Horvellieur, comenta su experiencia laboral. “Las fotos se hicieron en invierno. En todo momento, tanto Dante como Emmanuel estuvieron preocupados principalmente por el bienestar de las modelos.” Afortunadamente, este profesionalismo todavía es moneda corriente y es por ello que tamaña noticia acerca de los abusos shockeó tanto a los personajes del mundo de la música.

La mujer como “objeto decorativo” viene siendo combatida desde hace décadas, lucha encarnada en el discurso feminista que promulga la equidad sexual, económica y política de los géneros y que el discurso hegemónico intenta vapulear. El problema con lo decorativo es que es bonito, pero mudo. Resultó impactante la tapa de Revista Noticias donde la primera dama, Juliana Awada, fue presentada como la cara del retorno de la mujer decorativa. Las mismas redes que sirvieron como nexo entre el testimonio de las víctimas de los artistas abusadores, se encargaron esta vez de viralizar y condenar el asunto. “Hay mérito en este entramado social-virtual que evita que los acusados tengan la facilidad de hacer desaparecer los testimonios”, indica Tomás Ferrero, leading voice de Rayos Láser, al ser cuestionado sobre el motivo por el cual este tipo de noticias parece emerger cada vez con más frecuencia. A esto, el cantautor Seba Ibarra agrega: “Ha entrado en circulación una gran cantidad de información sobre sexualidad y autorespeto, sumado al reconocimiento de ciertos derechos de grupos históricamente vulnerables.”

Desde lo publicitario, que presenta un estereotipo de lo femenino que responde a una imagen alejada de lo real y generalmente intervenida por la obra del retoque y el maquillaje, a lo contractual laboral, donde todavía existen diferencias salariales entre hombres y mujeres por igual desempeño, casi no existe ámbito donde el sexismo no se haga presente. Afortunadamente, las víctimas han comenzado a hablar, pero ¿qué ocurre cuando no sólo hablamos de mujeres, sino también de mujeres menores?

A colación, Ricardio Iorio, voz de Almafuerte, siempre comenta que, al enterarse que Wolfy, seguidora de la agrupación y amiga por alrededor de diez años, se había puesto de novia, lo que más festejó de la relación es que ambos tuvieran la misma edad. Como dijimos, es común ver casales con diferencias generacionales abismales en este ámbito; lo llamativo, sin embargo, es que se ha naturalizado una verticalidad etaria hombre-mujer, mientras que una inversión de sentidos que presenta a una mujer madura con un hombre joven siempre despierta comentarios, generalmente denigrantes. “Cuando mis padres se casaron, ella era menor de edad”, cuenta la artista del indie Mariana Paraway. ¿Acaso estamos seteados culturalmente para aceptar dicha verticalidad? “Existen culturas donde las niñas son obligadas a casarse a los nueve años y nadie está haciendo nada al respecto. Eso es pedofilia” denuncia Max Jones, voz de Pulpo Negro y líder de Mil Tormentas, agrupaciones del under del rock.

No obstante, y en esto existe un consenso general, muchos menores eligen – o se creen con la capacidad de elegir conscientemente, todo depende de la perspectiva desde la que se aborde el tópico – tener sexo con adultos mayores. “Debe discutirse la iniciación sexual de los jóvenes de hoy. Sus mentes no parecen estar preparadas para afrontar de manera crítica lo que la ‘primera vez’ conlleva. Me parece más positivo la concepción de una idea de educación sexual integral donde se visibilice también el concepto del abuso para alertar y dar voz a quienes no la tienen, proteger a la víctima” opina Mariana Paraway.

Los medios de comunicación funcionan como rieles para transportar la maquinaria publicitaria que sexualiza el consumo. Esto deviene en el mandato imperativo de una iniciación precoz por parte de los jóvenes . “La exigencia de vender tickets también empuja a algunos artistas a presentar su trabajo en forma erótica, independientemente de su género o inclinación sexual”, comenta Seba Ibarra, y agrega: “en un recital emerge una sensación de enamoramiento y el artista adopta una imagen similar a la de un líder de manada. Siempre hay una seducción, sutil o directa. Sin embargo – y afortunadamente – estamos entrando en el camino que pondera el derecho colectivo por sobre la figura artística.”

Hoy, a un año de la histórica marcha Ni Una Menos, entendemos que todavía queda mucho camino por recorrer, pero celebramos la novedosa apertura al diálogo que cuestiona desde una mirada crítica el estado de las cosas. Tal vez no sea nuestra generación la que atestigüe el cambio de paradigma, pero somos conscientes de que la mecha está encendida y la resistencia cultural al discurso patriarcal y hegemónico es un engranaje activo. Por lo pronto, hoy volvemos a encontrarnos en la calle.

Vírgenes Tristes

"¡Sucia! me gritaba Sor Lucía del otro lado de la puerta. Arrodillada en la ducha, veía mis lágrimas y mi sangre arremolinándose en el desagüe. ¡Arrepiéntase de sus pecados!, me ordenó. Y ahí estaba yo, arrepintiéndome de ser mujer, fértil y huérfana. Dios nos quiere extintos, pensé. Somos la única raza que condena la sangre de quienes paren a las crías mientras se bebe la de su Mesías."
Vírgenes Tristes, Juan Solá
Primera Mención en el Certamen Sangre Vida
Obra seleccionada por las enormes Elena Roger, Katja Aleman, Claudia Clo Quiroga y Laura Wittnner

Remedio para grandes

Mi mamá se llama Susana y tiene el pelo rubio y los dientes blancos, como la mamá que aparece en la propaganda del detergente. Yo la quiero mucho, pero me pongo triste cuando toma el remedio y se le hace la nariz roja como un payaso y me manda a mi cuarto para que no me de cuenta que se pone a llorar con la novela. Yo me doy cuenta igual porque ya tengo cinco años y mi tía Norma dice que soy muy inteligente porque soy muy curioso. Por ejemplo, mañana me puse tan curioso que rompí un foco con la escoba. Pasa que Martín me dijo que los Reyes Magos viven adentro de los focos, pero era mentira, entonces me puse triste porque pensé que iba a ver a los Reyes Magos y le fui a contar a mamá, que se enojó tanto que me pegó con la varita y al otro día me dio vergüenza ir al jardín, porque hacía calor y los chicos se dieron cuenta de que me habían pegado y se me burlaron. Pero mi mamá es buena, lo que pasa es que a veces toma mucho remedio y se le ponen las piernas como la gelatina que venden en el kiosco y entonces me quiere agarrar, pero yo corro rápido, porque ya tengo cinco años. Lo que pasa es que el día del foco la puerta estaba cerrada con llave y no pude salir corriendo.
Mi papá se llama Roberto, pero todos le dicen Quique. Es alto, más o menos como de tres metros, y tiene mucha fuerza como un súper héroe. A mí papá también lo quiero mucho, pero a mi mamá la quiero más porque cuando se pelean ella siempre pierde y por eso tiene que tomar mucho remedio. Por ejemplo, el otro día que le salía sangre por la nariz yo me asusté y lloré, pero ella me explicó que mi papá estaba celoso porque la quiere mucho. Entonces mi papá se fue a pasear para que ella tome el remedio y cuando se le puso la nariz roja fue porque la sangre ya no salía más por las puertitas, que dice Martín que se llaman cosas nasales, pero no sé si creerle. También me da miedo cuando a mi papá se le rompen las cosas abajo de las manos, pero lo que pasa es que tiene mucha fuerza. Yo le dije que si quería le prestaba mi capa de Súperman para que los demás no se den cuenta, pero no quiso.
Ahora estoy muy triste porque mi papá y mi mamá no me dejan ir más a la casa de Martín porque sus papás se enfermaron. A mí me re gusta ir porque sus papás nos dejan jugar a la Play con ellos y siempre les ganamos. Encima nos compran helado y nos cuentan cuentos, pero no los cuentos de princesas; nos cuentan los cuentos de animales y de súper héroes, que nos gustan más. Yo lo quiero mucho a Martín y ya le perdoné que me haya mentido con lo de los Reyes Magos, pero no puedo pedirle a papá que me de permiso de ir a visitarlo porque se va a enojar conmigo y me da miedo, porque en mi casa hay remedio para grandes nomás. El otro día le escribí una carta a Martín para mandarle un saludo y para contarle que el jardín nuevo es re aburrido y para contarle que le voy a pedir a los Reyes Magos que me traigan una capa para hacerme invisible así lo puedo ir a visitar y que mi papá no se dé cuenta. También le escribí para decirle que le mande un saludo a sus papás. Lo que pasa es que yo también los extraño a los papás de Martín porque son re buenos y nunca se pelean, entonces no toman remedio. Igual no me animé a decirle que lo extraño más a Gustavo que a Luis, porque tenía miedo de que Luis se ponga celoso y le pegue porque él también lo quiere mucho.

Las manos que ya no tiemblan

Por cada uno que maten, cientos de otros nos pondremos de pie. El amor será para siempre nuestro chaleco antibalas. Nos encontrarán en cada rincón de la ciudad, existiendo a los besos. Resistiendo a los besos.
Nos daremos las manos, que ya no tiemblan. Ninguna mano tiembla cuando empuña los dedos de otra mano, que acaricia el pelo alborotado y dibuja, con las yemas, el contorno del rostro que sonríe cuando nos ve dormir. Ninguna mano tiembla cuando sube el cierre de ese vestido que viste el alma, no los genitales, y que por más ceñido que sea, tiene unas alas enormes que jamás verán porque tienen los párpados llenos de pólvora y miedo.
Cómo les parecerá de peligrosa la libertad, que hasta las armas han tomado para salvarnos de ella.

Fernweh (séptima parte)

-Gracias, Salvador, le dije, y Salvador me miró y vi que los ojos se le llenaban de flores y la piel morena de los pies descalzos comenzó a deshacerse, como se deshace la cucharada de miel que cayó en la taza de té caliente, sobre el suelo del monte.
-¿Por qué?, me preguntó.
-Por todo. Por esos caballos que me galopan en el pecho cuando rozamos las narices. Y por ese sol que me amanece en la panza, que es casi espalda, pero igual está inflada de esperanza, como una playa ancha donde esos nenes flacos juegan a ser futbolistas y llevan camisetas de hueso y hasta pueden oír los aplausos entre las olas bravas. Y gracias también por la electricidad que me hace chispas en la yema de los dedos cuando se encuentran con la carne blanda que te envuelve, y me acelera el pulso, y me ilumina los dientes. Gracias, Salvador. Por fin te encontré. Saberte vivo me ha reverdecido.
-Vos eras verde hace mucho, respondió él, con misericordia. Puede que lo hayas olvidado cuando la tierra empezó a agrietarse sobre tus raíces. Menos mal que me dejaste lloverte encima.
-Menos mal, repetí. Tu amor es la victoria en una guerra contra mí mismo.


El sol en una botella

Los primeros dos días en Curitiba fueron de encerrarse a escuchar llover y, cada tanto, salir con toda la ropa puesta a comprar quentão o pan de queso para luego regresar rápido, porque qué frío, porque cómo llueve.
Cuando llegamos al condominio en Xaxím, la casa estaba llena de albañiles que iban y venían como hormigas, entrando bolsas de cemento al patio. Lo bueno del mal clima es que nos permite a los litoraleños desconocidos entablar alguna que otra conversación bien honesta sobre la añoranza del verano y ese sol que se estira lo más que puede sobre la costa para lamer las últimas gotas que resbalan de las latas de cerveza. Pero con Caco no pude hacer ni eso. Su portugués, bien cerrado, como si se hablara más a sí mismo que a quien estuviera dispuesto a escuchar, nada sabía de formatos académicos de dar los buenos días o preguntar que de dónde es uno, que qué anda haciendo por Curitiba, que cómo llueve. Él se dio cuenta en seguida de lo que me costaba entenderlo y pronto dejó de hacer esos comentarios que nunca había podido responderle más que con una sonrisa boba.
Las nubes dieron tregua cerca de las dos de la tarde y un sol amarillo y misericordioso cayó sobre las tejas rojas. El frente de la casa se puso tibio, como una cuna, o quizá como un nido, porque el mato cruzando la avenida se llenó de silbidos y hasta los pájaros se acomodaron en las ramas para acariciar el sol. Fuimos a sentarnos a la galería y Caco salió detrás de nosotros, cargando una pila de baldosas. Supongo que habrá visto nuestras caras, como girasoles, como olfateando el calorcito, como extrañando el verano.
-Da para poner un poco en una botellita y guardárselo para más tarde, ¿no?, dijo, así, bien clarito, sonriendo. Largó la pila de baldosas y se fue para adentro, sacudiéndose las manos en el pantalón, no como un albañil, más bien como un poeta, porque de los dedos se le desprendía más magia que polvo de cemento.

Negra de mierda

Mirá la negra de mierda, mirá cómo lleva los nenes en la motito. Tres gurisitos sin casco, cagándose de frío, y la negra con ese culo enorme que ocupa todo el asiento. Qué hija de puta. Mirá, mirá cómo lleva a la pendejita, medio dormida, casi cayéndosele de esas piernas gordas de tanta cerveza y torta frita. Y mirá el otro, ahí atrás, agarradito como puede, tiritando, pobrecito. ¡Y mirá cómo lleva el bebé, negra hija de mil putas, metido adentro de la campera! Inconsciente de mierda, ojalá le saquen los hijos, ojalá se muera esta negra de mierda.
La camioneta arrancó, rabiosa, y se perdió calle abajo, zambullendo a la negra y sus crías en una nube de humo pegajoso. El que iba atrás tosió un poco y la motito se paró. El señor del golcito gris bocinó con furia a sus espaldas y le ordenó que se moviera, pelotuda, y la puta que la parió.
La nena en la falda abrió los ojos despacito y preguntó si faltaba mucho. La madre le apoyó la mano temblorosa sobre la frente sudada, comprobó que la fiebre seguía allí y murmuró un no mi amor, así, triste y suavecito, como los quejidos del Nazareno, que llora acurrucado contra sus tetas tibias, o como el cinco por seis treinta, cinco por siete treinta y cinco, que el Ismael recita con los brazos envolviéndole la panza llena de pan y mate cocido, porque al otro día tiene prueba y la Brenda tiene fiebre, y el Nazareno llora de hambre, y a esa hora el colectivo ya no entra hasta el barrio, y el Mario que no aparece desde la semana pasada, y la motito que se para cada cinco cuadras, y el hospital que todavía está lejos, y doña Esther que le dijo que para qué iba a tener otro hijo a los veintidós, que mejor abortara, y el Ismael que cada tanto dice que tiene frío, y la Brenda que se va quedando dormida, y la negra de mierda que le pide al Ismael que diga las tablas más fuerte, para que escuche la Brenda, para que no se duerma la Brenda, mientras que a ella le arden los ojos de tanto aguantarse las ganas de llorar de miedo.

Ruda

El sudor, como perlas de sal, le inundaba las costas de los ojos. Yo la miré y ella me miró y cuando nuestros ojos se encontraron vi el pasillo. Era un corredor bien oscuro y allá, en el fondo, había una puerta entornada, hecha con tablas. La empujé despacito y entonces había una casa, más bien una pieza, chiquitita. Las paredes de adobe me llenaron las córneas. También había moscas zumbando sobre los platos sucios y el techo de chapa se me vino encima. Hacía calor, me acuerdo. Ella lloraba sobre la camita. En la pieza no había ventanas, pero sé que era de siesta porque el polvo flotaba, suspendido, sobre los puentes amarillos que dibujaba el sol que se metía sin permiso por el espacio que sobraba entre el adobe y las chapas. Y entonces la habitación se puso fría, bien fría. El gringo entró con un machete en la mano, o una faca, no sé. Ella temblaba y el gringo se le fue encima, con los pantalones por las rodillas, o por los tobillos, no sé. Escuché el tintineo de la hebilla del cinto, pero no vi bien. Ella pidió por favor y el gringo se le cagó de risa y los puentes de luz se apagaron y la piecita se puso negra como los ojos de la changa y después no sé, no sé qué pasó después, yo no vi más nada, yo tenía las manos llenas de sangre, entre sus piernas, y el rancho estaba lleno de mosquitos y olor a ruda y afuera los perros le ladraban a las luciérnagas y yo ahí, arrodillada, con el changuito muerto entre los dedos y con la changa muerta sobre la cama.