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martes, 15 de diciembre de 2015

El rosario

Nada lo había sacudido tanto como el día que su abuela le regaló el rosario. Se lo colocó con solemnidad justo después de su comunión y le aseguró que ahora Dios siempre iba a poder ver todo lo que él hacía. Todo.
Mateo bajó la vista y vio a Jesús crucificado. La figurilla era diminuta, pero consiguió distinguir su rostro de sufrimiento. ¿Así lucen todos los hombres a los que Dios observa? pensó, pero no se animó a preguntar.
Ese día trató de portarse lo mejor posible, más por miedo que por convicción. La idea de tener al ser más poderoso de todo el universo, más poderoso que cualquiera de los Thundercats (hasta Cheetara) mirándolo todo el tiempo lo asfixiaba.
Tenía mucho en qué pensar, pero no se animaba a pensar porque todavía no le habían dicho si Dios podía o no leer los pensamientos.
Hizo pis con vergüenza tres veces hasta la hora de la cena.
Rezó antes de comer y le pidió a Dios que si podía leer sus pensamientos que le diera una señal. Aunque sea una chiquita, porque tenía mucho en que pensar, y era trampa que no saber si él podía o no leerle la mente.
No hubo señales.
Mateo se metió a la cama por esa costumbre horizontal de acostarse a dormir pero no se durmió ni un ratito, como la noche que se quedó esperando a los reyes.
Pensó mucho y lloró porque se acordó de muchas cosas que en realidad eran lindas pero no podía hacer más porque Dios lo estaba mirando.
El sol lo encontró vestido para ir a la escuela. Se preparó la chocolatada y se hizo dos panes con manteca. La mañana estaba fresquita. Pedaleaba a toda velocidad y entrecerraba los ojos porque le gustaba imaginarse que estaba yendo a la escuela montado en el lomo de Falkor.
¡Hola Mateo!, le gritó Nicolás cuando lo vio llegar y vino corriendo rápido para mostrarle los dibujos que hizo para la historieta que habían inventado sobre un niño con superpoderes llamado Matt Thompson que combatía contra los fantasmas de casas embrujadas.
-Para, le dijo Mateo, y se agarró fuerte el rosario. No nos podemos juntar más nosotros.
-¿Por qué? ¿Qué te pasa?
-Porque tengo esto que me dio mi abuela y ahora Dios me puede ver siempre.
Nicolás examinó el rosario, misterioso artefacto que había lavado el cerebro de Mateo. A los mejor estaba embrujado. Estaba triste porque lo iba a extrañar y porque Matt Thompson ya no iba a ser tan poderoso.
-¿Te lo podés sacar un ratito?, le pidió.
-No sé, dijo Mateo. Me parece que no.
-Dale, insistió Nicolás. Así nos podemos despedir.
Mateo dudó un rato antes de quitárselo. ¿Qué pasaría si su abuela se enteraba?
Nicolás se abalanzó sobre él y lo abrazó muy fuerte y le dio un beso en el cachete.
-Te voy a extrañar mucho, le dijo, y salió corriendo.
Sonó la campana. La historieta quedó tirada en el patio húmedo de la escuela, justo en la parte en que Matt Thompson conoce a su nuevo superamigo, Nick Masters, que venía a ayudarlo a luchar contra un monstruo demasiado grande para él solo.
Microalmas (extracto)

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