Árbol Gordo Editores

martes, 1 de diciembre de 2015

Fuego

Fuimos con los chicos a pasar unos días en la casa de fin de semana de Valentino. Llegamos a Escobar en el 194 y nos bajamos en el centro. Ahí estaba él, que me vio pasar fumando y se apuró a detenerme.
-¿Me convidás fuego?-, me preguntó.
Mientras lo miraba sacarse el cigarrillo armado de la oreja me acordé que tenía un encendedor de más en la mochila. Lo saqué y se lo dí, sonriendo.
-Te lo regalo.
Noté que aquel gesto sencillo lo conmovió.
-Gracias... gracias, muchas gracias. Sos muy amable-, dijo, y la voz le temblaba. Le respondí que de nada y murmuré un chau, pero antes de poder voltearme volví a escucharlo.
-Esperá... ¿por la dudas sabés cómo llegar hasta la Ruta 26 desde acá?
Tenía los rulos despeinados y quizá alguna angustia encarcelada en la garganta. Me miró como te mira un nene que se perdió en la playa cuando ya se está haciendo de noche y hay mosquitos. Tenía los ojos pardos y húmedos, ojos que yo sabía que estaban pidiendo un abrazo aunque la boca no dijera nada. Temo que quien se conmueve con un pequeño gesto de amabilidad haya soportado demasiado odio, demasiadas cosas tristes. La mochila armada a las apuradas que le colgaba de la espalda habrá sido testigo del momento en que se hartó y salió a buscar la Ruta.
-No tengo idea para dónde es-, le dije.- Pero ojalá que la llama del encendedor te ayude a encontrar el camino.
El se quedó en silencio y yo me fui rápido. Perdoname, yo sé que necesitabas un abrazo, yo me di cuenta, pero no me animé. No abrazamos a desconocidos, nos educaron para eso. No importa cuánto les brillen los ojos o cuánto les tiemble la voz. Ojalá que hayas encontrado el camino a la Ruta 26. Ojalá que te hayas encontrado con alguien menos cobarde que te haya dado ese abrazo que me pediste sin decir nada.

2 comentarios:

  1. gracias por esto, no pude evitar escribirte algo:

    tu disculpa es extranjera y anónima, a alguien, a un momento que no fui ni soy yo, pero algo de mi la toma, mi cuerpo, la acepta, no es totalmente consciente, la toma se hace solamente desde el cuerpo, desde las entrañas, siente un puñal donde duele lo personal.
    "Perdoname, yo sé que necesitabas un abrazo, yo me di cuenta, pero no me animé."
    Y yo te agradezco y me acuerdo de todas las veces que te busque y todo lo que fantaseé con vos. Con alguien lo suficientemente fuerte como para luchas de trincheras, trincheras porque iba a luchar, no te creas que no, porque no iba a aceptar cuán perdida estaba, porque tampoco nunca nadie me encontró, porque no me dejé encontrar. Porque los que estamos perdidos sabemos dónde esconder. Esconder, una cara asediada por el llanto, una voz intervenida por angustias, una mano cortada por atravesar un vidrio, una navidad fuera de casa, una mochila con un cepillo de dientes y una bombacha y una navaja y un celular monofónico al que nadie tuvo crédito para llamar.
    mirá...cuando no tenés nadie que te limite y no sabés qué mierda son los límites porque tenías 12 años cuando te perdiste el último tren que te llevaba a tu casa, de una forma u otra, los límites quedan atorados y se vuelven continentales y se vuelven imposibilidades y entiendo por qué no me encontraste, por qué de haberlo hecho tampoco me hubieras abrazado, y tomo tus disculpas y tomá, por favor, mi agradecimiento por no haber aparecido, por no haber permitido que me derrumbarse, porque... eso hacen los abrazos, ¿Sabés? Derrumban a los que estamos acá, en la frontera de la flor de piel, de los ojos siempre picantes y apenas húmedos, de las palabras nunca suficientes y de los oídos nunca dispuestos y de las historias que, sólo si tenemos suerte, nos van a ir abandonando;

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