Árbol Gordo Editores

sábado, 12 de septiembre de 2015

Nina

Volvía caminando y pasé junto a una piba y su pibito, que revolvían la basura y clasificaban con paciencia los reciclables. Me vuelvo cuando escucho que alguien la llama:
-¡Nina!-, dijo el cincuentón de pelo blanco, acomodándose la bufanda. -¡Nina! ¿Sos vos?
Nina apartó la vista de su trabajo y cuando miró al hombre pude notar cómo se le llenaban los ojos de lágrimas rápidamente.
-¡Doctor!-, dijo Nina, y salió corriendo y lo abrazó fuerte, como quien abraza a un padre que no ve hace mucho.
-Nina, ¿pero qué te pasó?
(A esa altura yo simulaba esperar en la puerta de un edificio mientras mandaba un mensaje. Soy un chusma.)
A Nina lo que le pasó es que el papá del pibe la echó a la mierda, la dejó en la calle, sin un peso, sin un pañal, sin una lata de leche. Había una Nina nueva, una que seguro no tenía hijos ni el cuerpo que tienen las mamás después de parir.
-Pero, no entiendo... ¿por qué no me buscaste? ¿por qué no me avisaste?
Nina trabajaba en la casa del Doctor, pero un día apareció este muchacho, prometiéndole todas las cosas que a Nina la habían llevado a dejar su trabajo y mudarse con él. Después llegó el nene. El doctor no lo conocía, pero eso no le impidió alzarlo y jugar con su cabello mientras Nina le contaba lo mal que la había pasado los últimos años. No dejaba de llorar, y el pibito le preguntaba mami qué te pasa un poco asustado.
-¿Por qué no me buscaste, Nina?
-Porque me daba vergüenza-, confesó, mirando el piso y secándose los mocos con la campera vieja.
-Juntá tus cosas y acompañame, tengo el auto acá a la vuelta-, dijo el Doctor, sonriendo.- Quedate tranquila, ya te vamos a encontrar algo.
Sonreí y me alejé calle arriba, contento porque Nina y su pibito esa noche se habían reencontrado con el ángel de la guarda. Contento porque, después de un día desesperanzador, en un rinconcito oscuro de Villa Crespo recordé que la magia sí existe.

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