Árbol Gordo Editores

viernes, 18 de septiembre de 2015

Ruido

Cuando tenés ataques de ansiedad, amar puede ser una trampa. El corazón se acelera como esa vez que me subí a la vuelta al mundo en un parque de diversiones de Brasilia, con el cielo limpio sobre la cabeza y el concreto que se acerca y se aleja a la velocidad de las alas de un pájaro que se escapa. Tus piernas se mueven todo el tiempo (aunque estés sentado) y tu panza no se llena de mariposas, sino de hamsters que corren como locos en rueditas de metal oxidado que hacen mucho ruido. Querés decir todo al mismo tiempo porque los segundos de silencio te angustian y sentís como si las orejas te ardieran de la nada. Te tiemblan las manos cuando armás un cigarrillo y te tiemblan los ojos cuando mirás una foto y te tiembla la voz cuando decís un nombre y tu cabeza se llena de luz y de ruido, como si tu cerebro fuera una playa de una ciudad balnearia donde todas las noches se festeja el Año Nuevo.

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