-No se deja de amar, me advirtió Salvador. Nunca, agregó. Sólo se empieza a amar diferente. Como de lejos, como asustado. Por favor, no tengas miedo de amar diferente. Más miedo debería darte esa ficción aterradora que es dejar de amar por completo.
Se le dibujó una sonrisa y yo me desarmé como se desarman los castillos de naipes que tiemblan cuando alguien ha dejado la ventana abierta y el viento tibio del verano se mete a la casa y la abraza, y abraza las cosas, los muebles, las cortinas y esa fortaleza de cartón construida con más miedo que paciencia.
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