Árbol Gordo Editores

viernes, 29 de abril de 2016

Casa ficticia

Buenas tardes, escribo en relación al aviso de Todo Propiedades. Quiero que sepas que lo que me mostraste no era lo mismo que vi en las fotos. Allá todo lucía tibio, más madriguera que casa. Tenias libros viejos en los estantes y ninguno tenía polvo. La cocina era grande, porque te gustaba almorzar ahí. Sonreías mientras cocinabas el arroz y cada tanto hacías una pausa para beber un sorbo de vino. El dormitorio estaba siempre desordenado (debí suponer que aquello era un mensaje) pero en ese desorden había tanta armonía que hasta las sábanas hechas un bollo podrían haberse ganado un plano detalle en una peli independiente, de esas que se hacen con más amor que guita. Me ilusioné con esta casa. Me gustaban esos ventanales enormes por las que el parque de enfrente se metía un poco al living. Me gustaban las líneas de puntos de luz que dibujaban las persianas bajas a las ocho de la mañana del domingo sobre las paredes del comedor. Pero me comí un garrón. Porque lo peor no fue que me hicieras creer que me estabas mostrando tu casa, sino que detrás de todo ese decorado, tan obvio como la flor que esconde al elefante, hubiera semejante galpón abandonado, inhabitable y sucio. Ahí me di cuenta que vos no querías una inquilina, sino una boluda que se encargue de toda la mierda que tenías guardada en el galpón. Mirá, disculpame hermano, pero así no vas a alquilar la casa nunca. Saludos.

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