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viernes, 29 de abril de 2016

Tambacounda

Puse mi mejilla sobre el asfalto y respiré, respiré, respiré. Amul solo, no se lleve mis cosas, yo pagué ellas. Amul solo, seynaa. Tengo mujer, tengo hijo.
Amul solo, no me pegue. Puse mi mejilla en el asfalto y sentí el peso de una rodilla sobre mi cráneo. Otra vez la rodilla en la cabeza. La calle es un barco de cemento y el barco está lleno de hombres llorando.
Amul solo, soy médico, médico y negro; abogado y negro. Amul solo, ya no soy médico, ya no soy abogado, ya no soy escritor, ya no soy ingeniero. Sólo soy negro.
Soy el negro que vende anteojo, reloj, bisutería del glamour impagable. Soy el negro que no habla español y no puede defenderse. Pero el hambre no habla español, ni wólof, ni francés. El hambre habla un esperanto de rugidos perversos, baal ma. El hambre cuenta francos para pagar boleto. El hambre sube al barco y allá lejos queda Tambacounda, verde y vacía.
Puse mi mejilla sobre el asfalto y el asfalto se volvió verde y respiré, respiré, respiré, y mamá acariciaba mi cabeza y el sol se ponía entre las habas de las kigelias.
Amul solo, los que no pagan impuestos ordenaron que me pegue porque yo no pago impuestos. Nandu mako, naa ngi jegg ëlu, no me pegue. Yo no tengo auto. Yo no tengo casa. Yo no tengo país. Yo tengo hambre.

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