El texto a continuación cerró el evento "Malvinas" (febrero, 2016) en la Sociedad de Fomento "Los Chicos de Malvinas", Lomas de Zamora - Buenos Aires (AR)
Somos peligrosos. Siempre es peligroso quien recuerda. Peligroso quien recuerda y peligroso quien abraza ese recuerdo sin haberlo vivido y lo hace carne, memoria colectiva que ha de salvarlo.
Somos un ejército armado únicamente con el holograma latente de aquellas primeras planas que prometían victoria a un país que estaba viendo morir a sus hijos. Estamos ganando, decían, pero era mentira. Ese dolor es más poderoso que cualquier bala, pero también es sabio. La ausencia de los amados siempre despierta a los pueblos.
En mi barrio, los balcones se apilan en torres de diez pisos y en cada uno de ellos sucede un pedazo de la historia de mi Patria. Vistos desde lejos, parecemos hormigas habitando un enorme monoblock lleno de túneles y rincones que nos protegen de la ciudad.
Nueve balcones están llenos de plantas y sillas de plástico que el sol despintó. La del sexto tiene un gnomo de jardín. El del octavo está lleno de juguetes y a la tardecita una nena se sienta a tomar la merienda y mira el cielo. Pero yo siempre observo el balcón del segundo piso, el deshabitado. Ese lugar que debería estar ocupando alguien está vacío y es como si el hormiguero estuviera incompleto. Se me apagan los ojos y exhalo algo parecido a la nostalgia. Nunca es cómoda la consciencia de un alguien que falta.
Habitamos un país lleno de balcones vacíos. Quien haya visto un balcón abandonado sabrá lo triste que luce. Se pone oscuro y el piso se llena de manchas y las palomas anidan en él. Más allá alguien ha olvidado dos macetas, otrora verdes, ahora llenas de tierra seca y yuyos bravos. Así de terrible es el olvido.
Por eso yo hago memoria y lleno los balcones de héroes que no llegaron a enterarse que lo eran. Los lleno de quienes pagaron con su sangre la democracia silenciada. Les pongo las voces de quienes no gritaron goles desde sus celdas clandestinas. Los lleno de adolescentes temblando en las trincheras y de madres temblando junto a la radio. Mis balcones siempre estarán repletos de flores y juguetes, de pibes que conocen su historia y por eso miran el cielo, nunca para abajo. Ningún balcón abandonado habita en mí, en ellos siempre habrá espacio para los ausentes de la historia.
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