Rubén se acomodó la gorra y se apoyó contra la pared. No había dormido la noche anterior y estaba medio pasado de rosca.
La esquina estaba tranquila, los vecinos estaban todos guardados porque estaba fresco. Cada tanto pasaba algún pibe y Rubén se acomodaba la gorra, lo fichaba y el pibe se iba silbando bajito.
El Horacio le había escrito hacía un rato para preguntarle a qué hora llegaba porque con los pibes habían organizado para salir de gira. Rubén estaba corto de guita y cagado de sueño, pero el Horacio tenía pasti, ya fue. El domingo apolillaba todo el día y listo.
Miró el celular, eran casi las diez.
La vieja del almacén de enfrente salió con la basura y la correa del perro en una mano y el teléfono en la otra. Largó la basura al tacho y casi ahorcó al perro. Gila, pensó Rubén.
La tipa cruzó la vereda y le pasó por adelante.
-Buenas noches, oficial, dijo la vieja.
-Buenas noches, señora, dijo Rubén, y se acomodó la gorra.
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