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jueves, 24 de marzo de 2016

Jana

La siesta pintaba larga, así que me vine un rato a la plaza a tomar una birra. Por alguna razón, la cerveza siempre es más cara en los barrios donde la gente saca a pasear perros de raza, pero esa tarde no me importó.
Jana se sentó sobre la lona y ahí nomás desparramó todos los juguetes. Los colores volvieron a maravillarla. Me di cuenta porque sonrió con la boca bien abierta, con la sabiduría de quien no cuenta dientes, sino momentos felices, carcajadas honestas ante el simple y maravilloso acto de poder ver.
Enseguida los juguetes parecieron aburridos y entonces la sorprendió el verde brillante del pasto recién cortado, los ojos misteriosos de los gorriones, el rugido triste de los colectivos que pasaban por la avenida, a media cuadra.
Descalza como estaba se escapó de la lona y la piel se le puso eléctrica cuando el césped le mordió la planta de los pies. Su carcajada llenó la plaza.
Dejame sentir lo que te pasa, Jana. Dejame sentir el ritmo de tu corazón un instante. Dejame recordar el ruido de la risa propia que explota cuando el césped de una plaza muerde los pies descalzos.
No quiero escaparme, quiero recordar por qué estoy peleando.

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