Árbol Gordo Editores

jueves, 24 de marzo de 2016

La piel de la bestia

Anoche estuve en un recital con un par de amigos y otras cien mil personas. La artista salió al escenario y el corazón de todos dio un vuelco, los gritos treparon hasta el cielo de tormenta, la electricidad fue contagiosa. Yo también grité y todos éramos uno. Un solo cuerpo, un rompecabezas de microalmas.
Algunos, abatidos por el porro y la cerveza, exigieron la potestad sobre sus propios cuerpos y decidieron salir. La masa, como un organismo enorme que expulsa células cancerígenas, se separaba formando salvoconductos y luego volvía a comprimirse como un muro de carne. La masa mutaba con el objetivo de tener los ojos siempre fijos en la mujer que cantaba en el escenario y nos hipnotizaba.
La masa levantaba los brazos cuando ella los levantaba y cantaba y saltaba cuando ella nos lo pedía. Quien no saltaba, quedaba sepultado. Saltar era más seguro que quedarse quieto, debíamos hacerlo. Todos teníamos pulseras y algún abrigo y más o menos la misma voz, pero qué importaba nuestra voz diminuta si era una nota mínima en ese mar de exclamaciones. En la oscuridad, hasta nuestros rostros eran los mismos; algunos ojos más oscuros, algunas pieles más claras. Éramos el pelaje jaspeado de una bestia enorme. Éramos todos iguales.
Ella no. Ella, sobre el escenario, era el corazón de la bestia, pero nunca pelaje. No era igual que nosotros. Decidía sobre la masa porque nosotros no conocíamos nuestros nombres pero sabíamos el suyo y aquello le era suficiente para comandar nuestras voluntades por un par de horas. La lluvia nos caía en la cara y nosotros nos sentíamos libres, libres porque nadie nos juzgaría siempre y cuando cumpliéramos el mandato de llevar sangre al corazón de la masa.
Ser iguales nos hizo libres, pero ser libres nos hizo anónimos.
Cuando la masa se dispersa, cuando ya no somos bestia de mil ojos y un solo corazón, nuestro yo vuelve a resistirse al anonimato. Esa sed de ser que nos mueve, nos hace individuales. Únicos y diferentes hasta que, una noche cualquiera, esas individualidades se congreguen nuevamente para saberse parte de algo mucho más grande.

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